11 de abril de 2021

El inoperante y oneroso Estado de las autonomías

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Afirmaba yo en la entrada “Fronteras” de mi blog la semana pasada que “Si la linde entre una circunscripción y otra se desplaza unos kilómetros, los habitantes afectados por tal desplazamiento pueden, por ejemplo, dejar de ser catalanes o vascos”.

El asador que existe en el Alto del León, en el puerto de Guadarrama, está dentro de los límites de la comunidad de Madrid, por lo que a día de hoy, cuando Castilla y León ha prescrito el cierre de los interiores de la hostelería, el citado restaurante puede servir comidas en sus salones a los clientes. Otro hostal, cuyo edificio está prácticamente terminado, pero que aún no ha abierto al público, dista solo unos metros del anterior, pero se halla dentro de Castilla y León, por lo que, si se inaugurara en estos momentos, no podría atender en su interior al público.

La cesión de competencias sanitarias durante la pandemia a las comunidades autónomas no ha hecho sino poner de manifiesto una vez más la falta de operatividad de un país que funciona –mejor dicho, que no funciona– como 17 taifas con sus normas diferentes.

Los sufridos ciudadanos a los que, por distintos motivos, aún se nos permite desplazarnos de una comunidad a otra, incluso de un municipio a otro, nos las vemos y deseamos para saber si, en el otro territorio, podemos entrar en el interior de una cafetería, o si solo se nos puede atender en la terraza, y si en esta se autoriza sentarnos a una mesa 4 o 6 personas.

Cada comunidad ha establecido sus propias normas sobre las reuniones familiares en los domicilios. A estas alturas yo no sé si en mi casa puedo recibir a 2, 3 o 4 familiares, o a ninguno, y solo se nos autoriza estar juntos a los “convivientes”, palabra que nunca antes habíamos utilizado. A lo mejor solo puedo reunirme conmigo mismo…

Entrar en la casuística de las vacunas exigiría un máster en “vacunología”, otro término que antes de la covid-19 no recuerdo haber leído ni oído.

Si con todas estas y otras restricciones las cifras de fallecimientos, contagios y la “incidencia acumulada” –otro neologismo– no mejoran, la culpa es de las autoridades autonómicas y el gobierno central se lava las manos. Pero si asoma la posibilidad de que la vacunación avance a un ritmo aceptable, entonces aparece el presidente Sánchez en la televisión monclovita, nada de pública, a ponerse la medalla de que nos aproximamos –una vez más– a la victoria sobre el coronavirus y a la tan deseada “inmunidad de rebaño” –que no sea por falta de expresiones tan vacías como estúpidas–.

Y no es que, de tomar el gobierno central las riendas de la lucha contra la pandemia, confíe en una mejora de la situación sanitaria y económica de España, pero al menos, como ya he sostenido en repetidas ocasiones, nos habremos ahorrado el oneroso e ineficaz Estado de las autonomías. Y podremos dedicar ese ahorro a paliar la deuda pública y a ayudar a las empresas a crear puestos de trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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