Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No hay duda de que el problema principal que tiene la
educación en España es el pin parental implantado en los centros escolares de
Murcia por el gobierno de esta comunidad autónoma. Que el sistema educativo
español esté por debajo de la media de los 37 países que forman parte de la
OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) en el Informe
PISA que elabora anualmente dicha organización no tiene ninguna importancia.
Como tampoco la tiene que ninguna universidad española esté entre las diez
primeras del mundo por la calidad de su enseñanza.
He de reconocer que, hasta que no ha saltado la polémica en
los medios de comunicación sobre el pin parental, yo ignoraba lo que
significaba esta denominación. ¿Sería algo así como el número que te pide para
entrar el ordenador o el teléfono móvil después de haberse quedado sin carga la
batería? Pues no. Se trata de permitir a los padres de alumnos que autoricen o
no la asistencia de sus hijos a determinadas actividades extraescolares, en
especial las destinadas a impartir enseñanzas que afectan a lo religioso y lo
moral.
Los que defienden este control parental apelan al artículo
27, 3 de la Constitución Española, que establece lo siguiente: “Los poderes
públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos
reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias
convicciones”.
En contra del pin parental han salido en tromba la ministra
de Educación, la de Igualdad, el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda
Urbana –en un acto del PSOE que nada tenía que ver con la educación– y el presidente
del Gobierno.
Especial eco, por ser la titular del ministerio de
Educación, han tenido las declaraciones de Isabel Celáa en la rueda de prensa
posterior al consejo de ministros del viernes 17 de enero: “No podemos pensar
de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”.
Plantear la discusión sobre el pin parental en términos de a
quién pertenecen los hijos es un craso error. Por supuesto, señora Celáa, que a
los hijos no los inscribimos en el Registro de la Propiedad, sino en el
Registro Civil. ¿Quiere esto decir que los hijos pertenecen al Estado o al
Gobierno de turno?
Semejante concepción nos retrotrae a los sistemas comunistas
más totalitarios que ha habido en la historia y que hoy están vigentes en
países tan progresistas y prósperos como Cuba, Corea del Norte, Vietnam…, y
forman coalición con los socialistas en el actual Gobierno de España.
Hablamos de “mis” hijos y de “tus” hijos, como la
Constitución habla de “sus” hijos refiriéndose a los de los padres. Habrá que
erradicar del lenguaje esos adjetivos posesivos.
Y, al mismo tiempo, habrá que utilizar el lenguaje
inclusivo, para no referirnos solo a los padres, como hace la Constitución,
sino a los “padres y madres” Que la Real Academia Española haya rechazado la
petición de la vicepresidenta primera de reformar la Constitución teniendo en
cuenta el lenguaje inclusivo es una muestra más del autoritarismo retrógrado y
machista de esta institución.
Al leer ciertas declaraciones de la nueva directora del
Instituto de la Mujer, Beatriz Jimeno, y su libro Sex, en el que promueve el
sexo violento y defiende la pornografía, entre otras joyas que no voy a reproducir,
entiendo la preocupación de los padres –perdón, y madres– de Murcia por el
adoctrinamiento sexual de sus hijos –e hijas–.
¿Sabría usted, querido lector descifrar lo que significan
las siglas LGTBI, eso suponiendo que a la hora de escribir este artículo no se
hayan añadido algunas letras más? Pues es muy importante que los alumnos de
nuestros centros escolares se pongan al día en la diversidad de opciones
sexuales que se les presentan y que nada tienen que ver con la constitución
natural de sus cuerpos. Tengo familiares y amigos que son homosexuales y viven con
toda normalidad su homosexualidad, sin hacer de ella un motivo de confrontación
ni de orgullo. ¿Por qué “orgullo gay”?
El ser humano es durante mucho tiempo una de las criaturas
más desvalidas, que necesita de la alimentación y de los cuidados de su familia
para poder sobrevivir. Es responsabilidad de los padres atender a estas
necesidades.
Y, cuando los niños están en edad de aprender, los padres tienen
el derecho y el deber de procurarles la enseñanza en el centro
escolar que elijan, si es que tienen la posibilidad de esta elección. Y, en
todo caso, tendrán el derecho y el deber de participar a través de las
asociaciones de madres y padres, las AMPA –aquí sí se ha impuesto el desdoblamiento–,
junto con toda la comunidad educativa, en la elaboración de los planes de
estudios. Una urgencia, frente a falsas prioridades, sería lograr un gran pacto
educativo entre las distintas fuerzas políticas que ponga fin a la larga e
inoperante sucesión de leyes de educación.
Pero este pacto no interesa al presidente del Gobierno,
ocupado en dialogar con independentistas de los que depende su presidencia.
Excelente
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