18 de agosto de 2019

La dieta alimenticia y el cambio climático


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Ni la ONU ni nadie es quien para prohibirnos comer carne. Aunque, en realidad, tampoco lo ha hecho el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, sigla en inglés para el Intergovernmental Panel on Climate Change, que a los españoles nos suena como el IPC, o sea el Índice de Precios al Consumo) de la ONU en su informe publicado el pasado 8 de agosto, con recomendaciones sobre el uso del suelo. Lo que sí aconsejan los científicos del IPCC en el capítulo sobre los hábitos de consumo es alimentarnos con más legumbres, verduras y frutos secos, y menos carne.
Pero, sea por la escasez de noticias típica de estas fechas estivales, sobre todo ahora que el presidente del Gobierno en funciones está de merecidas vacaciones en Doñana, sea por el afán sensacionalista de los medios de comunicación, sea por la razón que fuere, numerosos titulares de la prensa, radio y televisión, así como no menos numerosos articulistas y comentaristas, destacaban que “La ONU se ha vuelto vegetariana”, o incluso vegana, o “La ONU pone a dieta sin carne a la población mundial para combatir el cambio climático”.
Tan extendida ha sido esta reacción mediática que, en una entrevista, publicada en ABC, a Marta G. Rivera Ferre, investigadora española que ha participado en la elaboración del informe del IPCC, se le preguntaba: “–Entonces ¿no se dice que se deje de consumir carne? –No, y cada uno es libre de tomar la decisión que quiera. La carne nos provee de un perfil nutricional que no tienen los vegetales. Pero necesitamos consumir menos carne”.
Y, en este contexto, Marta Rivera propone “desarrollar políticas para recuperar nuestra dieta mediterránea”.
La mayor parte de las recomendaciones del informe del IPCC deben de estar dirigidas a los gobiernos, pues ya me dirán estos expertos qué podemos hacer los individuos particulares para reducir el uso de tierra dedicada a cultivos y ganadería, para aplicar mejoras técnicas a la gestión del suelo y para aumentar la masa forestal. Sí podemos contribuir a reducir el desperdicio alimentario. Según el IPCC, entre un 25 % y un 30 % de los alimentos producidos se pierde o acaba en la basura. Este desperdicio es responsable, siempre según la estimación del IPCC, de entre el 8 % y el 10 % de las emisiones de efecto invernadero.
Responsabilizar del cambio climático, entre otros factores, a los usos alimenticios es entrar en un terreno que se presta a la polémica. Las previsiones de las catástrofes causadas por el cambio climático a menudo no se han cumplido. ¿Quién nos asegura que las predicciones de los expertos del IPCC se cumplirán, tanto las positivas como las negativas?
Por otro lado, destinar más suelo a producción de vegetales y legumbres, ¿ahorrará consumo de agua? La copresidenta del Grupo de trabajo II del IPCC Debra Roberts afirma que “algunas opciones dietéticas requieren más tierra y agua, y causan más emisiones de gases que atrapan el calor, que otras”. Al llevar una dieta basada en vegetales, se podrían liberar “millones de kilómetros cuadrados” que hoy están destinados a la ganadería intensiva y así evitar emitir para el año 2050 entre 0,7 y 0,8 gigatoneladas de CO2.
Miguel del Pino, biólogo y catedrático de Ciencias Naturales, en un artículo titulado “La ONU quiere hacernos vegetarianos”, se pregunta: “¿habrán calibrado (los expertos de la ONU) las consecuencias que podría tener el seguimiento de estas pautas? De entrada irá derecho a la ruina el carnicero, después el ganadero y la ganadería, a continuación habrá que producir más biomasa vegetal, por lo que será necesario deforestar monte o asolar dehesas para convertirlas en tierras de nuevos cultivos, pero habrá que regarlos y para ello será necesario convertir secanos en regadíos, de manera que, en nuestro país ¡horror!, habrá que replantearse el viejo tema del Plan Hidrológico”.
Soy un defensor apasionado del bosque. Los bosques absorben los gases de efecto invernadero, mientras que la desertificación y la deforestación tienen entre otras consecuencias la de aumentar el calentamiento global. Pero del bosque no se come y habrá que destinar suelo a pastos para el ganado y a cultivos de gramíneas y legumbres, dos familias ricas en proteínas vegetales.
Los científicos del IPCC no han tenido en cuenta en su informe las ventajas que una dieta vegetariana tiene para una alimentación sana. Están obsesionados con los efectos del cambio climático, como he dicho no compartidos por todos los científicos, y olvidan las preocupaciones y los gustos de los individuos respecto a la dieta alimenticia. Según no pocos autores, los alimentos de origen animal, como la carne, el pescado, la leche y los huevos, contienen más cantidad y mejor calidad de proteínas que los alimentos vegetales, y las proteínas son imprescindibles en el equilibrio de la dieta.
E, insisto, déjennos combinar el cuidado de la salud con las propias preferencias.

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