Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Ni la ONU ni nadie es quien para prohibirnos comer carne.
Aunque, en realidad, tampoco lo ha hecho el Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, sigla en inglés para el
Intergovernmental Panel on Climate Change, que a los españoles nos suena como
el IPC, o sea el Índice de Precios al Consumo) de la ONU en su informe
publicado el pasado 8 de agosto, con recomendaciones sobre el uso del suelo. Lo
que sí aconsejan los científicos del IPCC en el capítulo sobre los hábitos de
consumo es alimentarnos con más legumbres, verduras y frutos secos, y menos
carne.
Pero, sea por la escasez de noticias típica de estas fechas
estivales, sobre todo ahora que el presidente del Gobierno en funciones está de
merecidas vacaciones en Doñana, sea por el afán sensacionalista de los medios
de comunicación, sea por la razón que fuere, numerosos titulares de la prensa,
radio y televisión, así como no menos numerosos articulistas y comentaristas,
destacaban que “La ONU se ha vuelto vegetariana”, o incluso vegana, o “La ONU
pone a dieta sin carne a la población mundial para combatir el cambio
climático”.
Tan extendida ha sido esta reacción mediática que, en una
entrevista, publicada en ABC, a Marta G. Rivera Ferre, investigadora española
que ha participado en la elaboración del informe del IPCC, se le preguntaba:
“–Entonces ¿no se dice que se deje de consumir carne? –No, y cada uno es libre
de tomar la decisión que quiera. La carne nos provee de un perfil nutricional
que no tienen los vegetales. Pero necesitamos consumir menos carne”.
Y, en este contexto, Marta Rivera propone “desarrollar
políticas para recuperar nuestra dieta mediterránea”.
La mayor parte de las recomendaciones del informe del IPCC
deben de estar dirigidas a los gobiernos, pues ya me dirán estos expertos qué
podemos hacer los individuos particulares para reducir el uso de tierra dedicada
a cultivos y ganadería, para aplicar mejoras técnicas a la gestión del suelo y
para aumentar la masa forestal. Sí podemos contribuir a reducir el desperdicio
alimentario. Según el IPCC, entre un 25 % y un 30 % de los alimentos producidos
se pierde o acaba en la basura. Este desperdicio es responsable, siempre según
la estimación del IPCC, de entre el 8 % y el 10 % de las emisiones de efecto
invernadero.
Responsabilizar del cambio climático, entre otros factores,
a los usos alimenticios es entrar en un terreno que se presta a la polémica.
Las previsiones de las catástrofes causadas por el cambio climático a menudo no
se han cumplido. ¿Quién nos asegura que las predicciones de los expertos del
IPCC se cumplirán, tanto las positivas como las negativas?
Por otro lado, destinar más suelo a producción de vegetales
y legumbres, ¿ahorrará consumo de agua? La copresidenta del Grupo de trabajo II
del IPCC Debra Roberts afirma que “algunas opciones dietéticas requieren más
tierra y agua, y causan más emisiones de gases que atrapan el calor, que
otras”. Al llevar una dieta basada en vegetales, se podrían liberar “millones
de kilómetros cuadrados” que hoy están destinados a la ganadería intensiva y
así evitar emitir para el año 2050 entre 0,7 y 0,8 gigatoneladas de CO2.
Miguel del Pino, biólogo y
catedrático de Ciencias Naturales, en un artículo titulado “La ONU quiere
hacernos vegetarianos”, se pregunta: “¿habrán
calibrado (los expertos de la ONU) las consecuencias que podría tener el
seguimiento de estas pautas? De entrada irá derecho a la ruina el carnicero,
después el ganadero y la ganadería, a continuación habrá que producir más biomasa vegetal, por lo que será necesario deforestar monte o
asolar dehesas para convertirlas en tierras de nuevos cultivos, pero habrá que
regarlos y para ello será necesario convertir secanos en regadíos, de manera
que, en nuestro país ¡horror!, habrá que replantearse el viejo tema del Plan
Hidrológico”.
Soy un defensor apasionado
del bosque. Los bosques absorben los gases de efecto invernadero, mientras que
la desertificación y la deforestación tienen entre otras consecuencias la de
aumentar el calentamiento global. Pero del bosque no se come y habrá que
destinar suelo a pastos para el ganado y a cultivos de gramíneas y legumbres,
dos familias ricas en proteínas vegetales.
Los científicos del IPCC no
han tenido en cuenta en su informe las ventajas que una dieta vegetariana tiene
para una alimentación sana. Están obsesionados con los efectos del cambio
climático, como he dicho no compartidos por todos los científicos, y olvidan
las preocupaciones y los gustos de los individuos respecto a la dieta
alimenticia. Según no pocos autores, los alimentos de origen animal, como la carne, el pescado, la leche y los huevos,
contienen más cantidad y mejor calidad de proteínas que los alimentos
vegetales, y las proteínas son imprescindibles en el equilibrio de la dieta.
E, insisto, déjennos combinar
el cuidado de la salud con las propias preferencias.
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