10 de marzo de 2019

Hablando de escribir


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

En la tertulia de “El libro del mes” que celebramos el pasado miércoles 6 de marzo, dialogamos sobre la obra de Haruki Murakami De qué hablo cuando hablo de escribir. Como el autor tuvo dificultades para desplazarse a El Espinar, en su nombre moderó el debate y atendió a las preguntas de los asistentes nuestro tertuliano Daniel Ferrera López, experto licenciado y doctorando en Comunicación Audiovisual.
A mí siempre me ha intrigado, y así se lo he planteado a los ya numerosos escritores que han pasado en persona por nuestra tertulia, cómo es el proceso de creación de una novela. Me vienen a la memoria, a riesgo de dejar a alguno en el tintero, Ignacio Sanz, León Arsenal, Lorenzo Silva, Marifé Santiago Bolaños, Javier Moro, Inma Chacón, José Antonio Abella, Carmen Gallardo, Angelina Lamelas, Alejandro Palomas, Edurne Portela…
Y preciso “de una novela”, porque yo me considero muy capaz de escribir un artículo, prueba de ello son los 665 que llevo publicados solo en El Adelantado. Otra cosa, sobre la que se podría discutir, sería la calidad de los mismos.
También me he aventurado en el ensayo y en el relato corto, modalidades de escritura en las que suelo echar mano de la primera persona y de las vivencias que he almacenado en mi prolongada vida.
Pero, amigos, una novela, y una novela larga, es una proeza creativa que cae fuera del alcance de mis dotes de escritor. Y es, en cambio, el género en el que se mueve como pez en el agua Murakami.
En De qué hablo cuando hablo de escribir nos desvela en un estilo directo, sin pretensiones de sentar cátedra, cuál ha sido la experiencia vital que le ha llevado, y le sigue llevando, a escribir, desde hace treinta y cinco años. Y aunque en el título solo se habla de “escribir”, a lo largo de los 11 capítulos y un epílogo que componen este ensayo autobiográfico queda claro que nuestro autor, nacido en Kioto en 1949, de lo que habla predominantemente es de cómo se enfrenta a la ardua tarea de escribir una novela, y una novela larga, que suele llevarle como mínimo un año, o dos e incluso tres, con una dedicación diaria de cinco o seis horas. Más el tiempo nada escaso que dedica a revisar, a corregir y a reescribir lo ya escrito.
Así nada tiene de extraño que, en el capítulo 7: “Una infinita vida física e individual”, haga una encendida defensa de la necesidad de una fuerza y resistencia corporal, que él considera imprescindible para su trabajo y que procura alcanzar y mantener corriendo o nadando al menos una hora cada día.
Después de haber regentado durante varios años un bar en el que actuaban músicos de jazz, un buen día, presenciando un partido de béisbol, tuvo una especie de iluminación, de revelación, sin conexión aparente con el espectáculo deportivo: “Eso es. Quizás yo también pueda escribir una novela”. Y aquella misma noche comenzó a escribir su primera novela, a mano, ideograma tras ideograma, sentado a la mesa de la cocina.
Con una sinceridad y una humildad poco frecuentes cuenta Marukami cómo se enfrenta al arduo oficio de contar una historia.
Así nos revela cómo crea sus personajes. Primero aparece el contexto en el que se moverán y después empiezan a cobrar vida propia. Son ellos los que a menudo sostienen y dirigen la trama, llevando de la mano al autor. Cuando esos personajes se multiplican, se vio en la necesidad de ponerles nombres, para que la complejidad de la trama no confundiese al lector.
Dentro de esta creación de personajes, ha ido variando Murakami el punto de vista del narrador, en primera o tercera persona.
Es muy interesante descubrir cómo recurre Murakami a detalles que ha ido almacenando en las múltiples taquillas de la memoria y que le sirven para describir escenas y escenarios, paisajes y caracteres.
Y un aspecto muy importante para Murakami escritor, en el que insiste en repetidos pasajes del libro: “Si uno se dedica a algo que le parece importante, pero no encuentra diversión, si su corazón no palpita de emoción, es muy probable que albergue en alguna parte una equivocación, cierta discordia”.
Sin este disfrute, a juicio de Murakami, no será capaz el novelista de trasladar al lector la emoción sin la cual toda historia contada con palabras carece de vida. Él confiesa que, mientras escribe, se divierte y al mismo tiempo se siente libre. Una alegría espontánea y abundante debería ser, a su juicio, la base no solo de toda novela, sino de cualquier tipo de expresión artística.
“Si vis me flere –esto lo añado yo, valiéndome de un consejo del gran poeta latino  Horacio (Ad pisones, 102-103)–, dolendum est primum ipsi tibi”, que podría traducirse al español del modo siguiente: “Si quieres que yo llore, primero es menester que tú te duelas”.
Lloraremos al leer, si el autor ha experimentado antes el dolor. Y reiremos y gozaremos con la lectura, si el escritor ha disfrutado primero escribiéndolo.

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