Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Las elecciones son una mina para articulistas y tertulianos
de los medios de comunicación. Cuando se les acaba el tema casi inagotable del
independentismo catalán, ahora actualizado por el juicio en el Supremo a los
golpistas, pueden echar mano de la convocatoria electoral del 28 de abril.
Todos los comentaristas políticos creen estar en posesión de
las claves que explican lo que está pasando en la precampaña y pasará en la
campaña y en las propias elecciones. Y tienen sobrado material para echar su
cuarto a espadas, en tono de humor, en serio o con tintes apocalípticos, acerca
de la elaboración de las listas de candidatos, los fichajes de personajes más o
menos célebres ajenos al mundo de la política oficial, las alianzas entre
partidos y las encuestas sobre los posibles resultados electorales y pactos
postelectorales.
Hay hasta quienes en sus columnas o comentarios se permiten
aconsejar a los jefes de los partidos o a los cabezas de lista. Y, según la
adscripción ideológica de cada cual, se lanzan a la yugular del que no piensa
como ellos, descalificándolo, tachándolo de extrema derecha o extrema
izquierda, o haciendo circular, en especial por las redes sociales, bulos y
noticias falsas –por favor, ¿qué necesidad tenemos del anglicismo fake news?–
que, aunque después se demuestre su falsedad, causan desprestigio y daño moral
a los afectados.
Otra cosa es opinar sobre lo que ha ocurrido, está
ocurriendo o tal vez ocurra. Yo me permito hacerlo en mis artículos, que El
Adelantado tiene a bien publicar en sus páginas de Opinión. Y siempre procuro
documentarme a fondo y estoy dispuesto a rectificar si yo mismo u otro
detectamos un error.
A quienes, desde la oposición o desde otras instancias,
reclamaban elecciones, cabría decirles: “Ya tenéis elecciones. ¿Y ahora qué?”
Bien es verdad que el presidente Sánchez las ha convocado
forzado por la necesidad al no ser aprobados sus presupuestos generales. Pero,
en cualquier caso, ya están convocadas. Y, para satisfacción de propios y
disgusto de extraños, las encuestas de distintos medios le dan al PSOE de
Sánchez una clara mayoría de escaños. Mayoría que quizá no le permitiría
gobernar en solitario, pero sí repetir su gobierno con el apoyo de Podemos y
nacionalismos varios, ya sean independentistas declarados o solapados.
En el campo del centro-derecha, no está claro que los votos
sumados del PP, de Ciudadanos y de Vox, en el supuesto de que los tres partidos
se pusieran de acuerdo, posibilitaran reeditar el pacto de gobierno alcanzado
en la Comunidad de Andalucía, que desalojó de la Junta al PSOE después de más
de 38 años en el poder.
En cambio, no hay duda de que Sánchez, para seguir en el
flamante “colchón” de la Moncloa, se aliaría con las mismas formaciones que le
apoyaron en la moción de censura de 2018. Por parte de estos grupos, tal vez le
pudieran fallar los independentistas catalanes, pero no sería muy difícil
atraerlos con promesas de indultos a los que fueran condenados por el Supremo
–si es que finalmente lo son–, o con otras cesiones y claudicaciones del
Estado, como aceptar el diálogo sobre la autodeterminación.
Me pregunto en qué ha cambiado Pedro Sánchez para, después
de menos de dos años y medio de ser desalojado de la Secretaría General del
PSOE, en el partido no se alzan voces que pongan en tela de juicio la actuación
del hoy secretario general socialista y expresidente del Gobierno. El cual, en
la última reunión de la Ejecutiva, ha fulminado cualquier intento de crítica u
oposición interna y ha desbancado de las listas electorales a cuantos se
enfrentaron a él o contribuyeron a su defenestración.
Las medidas económicas “sociales” tomadas por el gabinete de
Sánchez en sus algo más de nueve meses de Gobierno, como la subida del salario
mínimo interprofesional, el ajuste de las pensiones de acuerdo con el IPC y la
subvención a parados de más de 55 años, es posible, como dictaminan diversos
expertos y organismos, que repercutan en un menor crecimiento económico y en un
aumento del paro. Lo que ya está claro es que la deuda pública y el déficit del
Estado se han disparado.
Pero estos baremos, con ser graves, no son a mi juicio tan
determinantes para rechazar una repetición de Pedro Sánchez en el Gobierno de
la Nación, como su falta de ética, puesta de manifiesto de manera indudable en
los múltiples plagios de su tesis doctoral, en el uso de bienes públicos para
fines privados, en la ocupación de las direcciones de empresas estatales por
amigos y afines, y en la colocación de su mujer al frente del Instituto de
Empresa, con un sueldo que no debe de ser escaso al no haberse dado a conocer.
Una militante socialista que apoyó a Pedro Sánchez en su
regreso a la Secretaría General del partido, ha abandonado hace unos días el
PSOE y la explicación que ha dado es: “El dedazo de Sánchez”.
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