17 de marzo de 2019

Feminismo


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Qué pienso del feminismo? Me hago esta pregunta para aclararme a mí mismo, y ante el lector, cuál es mi postura sobre un movimiento que, el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, suscitó manifestaciones multitudinarias y hasta un paro de mujeres en toda España.
Pero, antes de responder a la pregunta, tendré que precisar cuál es el significado de este término. Para ello recurro al Diccionario de uso del español de María Moliner, lexicógrafa que se distinguió por su decidida defensa del papel de la mujer en la sociedad de su tiempo. En su léxico define el feminismo como “Doctrina que considera justa la igualdad de derechos entre hombres y mujeres”, y “Movimiento encaminado a conseguir esta igualdad”.
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) también recogía estas dos acepciones de ‘doctrina’ y ‘movimiento’: “m. Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres. 2. Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Ahora bien, en la última actualización habla de ‘principio’ en vez de ‘doctrina’, quizá por considerar el vocablo ‘doctrina’ anticuado y con resonancias religiosas: “m. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. 2. Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”.
La anterior definición del DRAE hacía alusión a “derechos reservados antes a los hombres”, es decir, que durante largos siglos las mujeres no habían disfrutado de los mismos derechos que los hombres. Es importante, si se quiere comprender el feminismo, tener en cuenta de dónde venimos: de una situación en que las mujeres carecían del derecho al voto, no podían firmar una escritura de compraventa, ni abrir una cuenta en un Banco, entre otras desigualdades que las relegaban a una posición subordinada al hombre. Cuando hoy día, en los países democráticos entre los que se cuenta España, los derechos fundamentales les han sido reconocidos a las mujeres, la lucha del feminismo se ha ampliado a otros campos.
Así, una de las batallas que en la actualidad entabla el feminismo trata de suprimir la que se ha dado en llamar “brecha salarial”, a saber, la diferencia entre el salario que perciben una mujer y un hombre por el mismo trabajo. Si una mujer, con la misma cualificación profesional que un hombre y realizando la misma tarea durante el mismo número de horas que un hombre, percibiera una retribución inferior, no habría paro femenino, pues las empresas contratarían a mujeres que les resultarían más económicas que los hombres. En las diferencias salariales entre mujeres y hombres influye el número de horas trabajadas: hay mujeres que optan por una reducción de jornada para conciliar su actividad laboral con la maternidad, la crianza y el cuidado de los hijos. Esta conciliación sí es un problema al que aún no se ha dado solución. A solucionarlo contribuiría una participación del hombre en la atención a los hijos y en las labores del hogar igual a la de la mujer.
Otra de las denuncias que plantea hoy el feminismo se refiere a la menor presencia de la mujer en puestos directivos de las empresas. Para paliar ese déficit se propone y hasta se exige a las empresas unas cuotas que beneficien a la mujer. Esta imposición oculta una desconfianza larvada en la mujer, que necesitaría de una discriminación positiva para alcanzar puestos de alta dirección.
Sobre la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, en especial el acceso a una educación superior, que es clave para la obtención de trabajos de mayor cualificación y remuneración, las trabas a la consecución de una titulación universitaria, de un máster y de un doctorado no radican en la condición femenina –en la actualidad hay más mujeres que hombres en la mayor parte de las facultades, incluidas las técnicas–, sino en la capacidad económica de los padres para pagar los estudios de los hijos. Los sistemas de becas y ayudas a los estudiantes con menos recursos económicos pueden paliar, pero no resolver totalmente, esta diferencia, que no tiene que ver con la condición de hombre o mujer, sino con los ingresos de las familias. En el paro femenino del día 8 de marzo participaron predominantemente estudiantes universitarias, mientras que limpiadoras y mujeres con empleos similares no pudieron permitirse semejante privilegio.
A la pregunta: ¿Qué pienso del feminismo?, tengo que puntualizar que no existe un solo feminismo, sino diferentes principios y movimientos feministas. Por supuesto, abogo por la total igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Y ya he dejado claro que defiendo una igual participación del hombre y la mujer en el cuidado de los hijos y en las tareas del hogar. No estoy, en cambio, a favor de la discriminación positiva ni de la imposición de cuotas en favor de la mujer.
Una última consideración: no son la calle ni las manifestaciones callejeras los medios más adecuados para una reflexión serena sobre los problemas que sigue planteando la igualdad real y efectiva de hombres y mujeres. Fomentar, como propugnan ciertos intereses partidistas, la oposición entre los sexos hace un flaco servicio a la legítima lucha por la plena igualdad de hombres y mujeres.

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