Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Concluía yo mi columna del pasado 2 de febrero en esta misma
página de Opinión afirmando: “El ataque que algunas comunidades perpetran
contra la lengua común de todos los españoles merece artículo aparte”. Del
grave atentado que contra el castellano se comete en varias comunidades
autónomas voy a ocuparme a continuación.
En el mismo Título preliminar de la Constitución española de 1978
en el que se sostiene “la indisoluble unidad de la Nación española”, se
establece en el Artículo 3: “1. El castellano es la lengua española oficial del
Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas
Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos. 3. La riqueza de las distintas
modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de
especial respeto y protección”.
Pues bien, de la misma manera que el sistema autonómico ha
favorecido el debilitamiento de “la indisoluble unidad de la Nación española”,
así también ha contribuido en medida nada desdeñable a socavar el deber y el
derecho de todos los españoles a conocer y usar el castellano como la lengua
española oficial del Estado.
En las tres comunidades a las que un desconocimiento de nuestra
historia calificó de “históricas”, a saber, Cataluña, País Vasco y Galicia, la
lengua cooficial propia ha sido no solo “objeto de especial respeto y
protección”, sino que en las dos primeras es la lengua vehicular de la
enseñanza y trata de desbancar al castellano.
El caso más flagrante es la política de inmersión lingüística
practicada en Cataluña. El nuevo “Modelo lingüístico del sistema educativo en
Cataluña” no oculta el hecho de que el castellano está marginado en las aulas.
A excepción de la clase de castellano, toda la enseñanza se imparte en catalán,
conculcando el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos.
La prohibición de que en Cataluña los comercios rotulen en
castellano obedece al mismo propósito político de desbancar la lengua oficial
de la vida pública y social de esta Comunidad Autónoma con ínfulas y propósito
manifiesto de erigirse en Estado independiente en forma de república.
En el País Vasco, siguiendo una política de reforzamiento de la propia
identidad, se unificó en el batúa los distintos dialectos que se hablaban en
diferentes zonas de Guipúzcoa y Vizcaya, apenas en Álava. Prácticamente todos
los políticos y gobernantes vascos de los primeros años en los que entró en
vigor el Estatuto de Euskadi desconocían el eusquera, como no lo hablaba la
mayoría de la población.
Hoy se pueden distinguir en el País Vasco tres tipos de enseñanza:
en la pública en las ikastolas, la única clase que no se imparte en eusquera es
la de castellano; en la concertada, hay alguna hora más de castellano
dependiendo de los centros; como depende de los centros la enseñanza del
castellano y en castellano en la privada.
El actual modelo educativo gallego se rige por el Decreto 79/2010, de 20 de mayo,
para el plurilingüismo en la enseñanza no universitaria de Galicia. Diferencia
el uso del gallego y del castellano según los niveles desde Infantil hasta
Bachillerato: en Infantil se enseñará en la lengua que se habla en la familia
del niño; en el resto de niveles se propone un reparto equilibrado de horas
impartidas en una y otra lengua.
Este panorama del castellano –muchos autores, y desde luego en
Hispanoamérica, prefieren hablar de español y lengua española, yo respeto la
denominación de castellano que emplea la Constitución– en unas Comunidades
Autónomas que pertenecen a España lleva a la increíble paradoja de que una
lengua que hablan en el mundo casi 600 millones de habitantes, de los cuales
420 millones viven en América, cuyo uso está experimentando un fuerte crecimiento
en Estados Unidos y la estudian 22 millones de personas en 107 países, el
nacionalismo provinciano en la propia España combate su enseñanza y su
utilización.
Los nacionalismos han insistido cansinamente en las singularidades
identitarias que diferencian a los habitantes de sus comunidades de los de
otras, pero en resumidas cuentas la única diferencia verdaderamente digna de
tenerse en cuenta es la lengua. Con lo que se da el contrasentido de que un
instrumento cuya finalidad primordial es la comunicación entre los hablantes ha
sido convertido en arma de enfrentamiento, de división y de exclusión.
El bilingüismo, que a mi juicio y el de muchos expertos lingüistas
constituye una riqueza humana y cultural, es combatido en aras de la inmersión
lingüística y del reforzamiento de las propias señas de identidad.
Y con todo el respeto que me merecen lenguas como el catalán, el
vasco y el gallego, no dejan de ser minoritarias dentro del panorama
internacional que acabo de esbozar.
Flaco servicio hacen los políticos nacionalistas a los escolares
de sus comunidades al privarles de la riqueza lingüística, cultural y literaria
del castellano, la lengua de Santa Teresa y de Cervantes que, por mucho que les
pese a ciertos catalanes tergiversadores de la historia, no nacieron en
Cataluña ni escribieron en catalán.
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