Las palabras y la vida
Alberto
Martín Baró
Ciertos
populismos dejaron de apelar al pueblo como garantía de su acción política para
dirigirse a la gente y buscar su respaldo. Los populistas, a diferencia de los
partidos de la casta, estaban con la gente. Pero ¿quién es la gente?
Si
buscamos la palabra ‘gente’ en el Diccionario de la Real Academia Española,
encontramos una primera acepción que la define como “Pluralidad de personas”
sin más connotaciones. Así, cuando hablamos de gente, solemos referirnos a un
grupo de individuos, a un colectivo no contable, sin que precisemos cuáles sean
las características de ese grupo. Hará falta un calificativo, o bien un
determinado contexto, para saber de qué clase de gente se trata. Habrá gente
sencilla o gente adinerada, mala o buena gente. O, si preguntamos a alguien por
su gente, estaremos interesándonos por su familia.
Los
populismos como Podemos dan por supuesto, al presentarse como el partido de la
gente, que esta gente es la gente humilde, el pueblo llano. Con lo que vuelven
a la raíz etimológica de populismo, populus, en latín pueblo. O sea, el
demos griego que forma el término ‘democracia’, poder del pueblo.
Poco
han tardado algunos líderes de Podemos en pasarse de la gente sencilla a la casta
por ellos denostada.
Lo
cual, con ser grave, no es su peor error. La gran falacia de estos sedicentes
salvadores de la gente humilde está en criticar, a menudo con acierto, los
fallos del sistema imperante, pero sin proponer medidas alternativas para resolverlos.
A mí
me gusta pasear por el monte, en caminatas que suelen ser solitarias. Pero
también disfruto mezclándome con la gente. La gente que se aglomera en los
jardines de Piquío de Santander, que ocupa hasta la última mesa de las terrazas
de bares y cafeterías, o abarrota las playas del Sardinero, o hace cola para
embarcar en la lancha de los Diez Hermanos y atravesar la bahía hasta el
Puntal.
La
gente con la que me cruzo en los paseos, o coincido en la orilla del mar, son
personas de todas las edades. Me llama la atención las numerosas personas de
edad que, a pesar de sus manifiestos deterioros físicos, acuden a la playa,
utilizan el transporte público, o se desplazan en sillas de ruedas con motor.
No se cortan un pelo en aprovechar lo que la vida aún les brinda.
Gente
mayor, sí, y gente joven, ruidosos chicos y chicas, padres empujando las
sillitas de sus hijos pequeños. Nativos y visitantes extranjeros.
Observo
sus rostros y en ellos afloran gestos de satisfacción y contento.
Me
pregunto dónde se aloja o se hospeda toda esta gente. En qué trabaja, de qué
vive. Porque está claro que han comido y que esta noche cenarán. ¿No hay tanto
paro, no es un hecho que los jóvenes no encuentran empleo, que las pensiones de
los jubilados son insuficientes?
A mi
mujer, con su brazo derecho en cabestrillo por una fractura del húmero, en
seguida le ceden el asiento en el autobús. En el centro de salud al que acude
como desplazada la atienden con amabilidad profesionales de la sanidad pública.
Y tampoco ella se arredra a la hora de salir a pasear, hacer un viaje a
Comillas en el coche de nuestra amiga Carmen Mary y recorrer las empinadas
calles del centro histórico de este pueblo, coronado allá enfrente por los
edificios de la antigua universidad pontificia y del seminario, la “fábrica de
curas” como popularmente se le llamaba.
Cuando
con tanta frecuencia ponemos el acento en los problemas que a todos nos
agobian, en las carencias de que adolece el sistema de democracia
representativa que nos hemos dado los españoles. Cuando los antisistema se
esfuerzan por derribarlo, sin ofrecer a cambio nada con que reemplazarlo salvo
vanas promesas demagógicas, o recetas políticas y económicas que se han
demostrado funestas en todos los países en los que se han aplicado… Sepamos valorar
lo que con el esfuerzo de todos hemos conseguido y trabajemos también todos por
mejorarlo.
No
pretendo pintar un mundo engañosamente feliz, al estilo del que describe Aldous
Huxley en su famosa novela. Ni me creo la propaganda para ingenuos que difunde
el nuevo inquilino de la Moncloa de que hemos entrado en una nueva época.
La
gente, la gente de carne y hueso con la que me cruzo en mis paseos, con la que
comparto el transporte y la sanidad públicos, los profesionales que nos dan
cita para radiología en Valdecilla, son gente buena y moderadamente alegre.
Los
que no son en absoluto buena gente son los populistas y demagogos que se
aprovechan de las dificultades que todos sufrimos para prometer el paraíso en
la Tierra. Pero ellos, en cuanto pueden, se apuntan a los edenes de la casta
que tanto criticaban cuando eran otros los que los disfrutaban.
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