Las palabras y la vida
Alberto
Martín Baró
La contemplo delante de mí, admirando su belleza. Y no
puedo por menos de decirle:
–Qué guapa estás.
Para rectificar inmediatamente:
–Qué guapa eres.
–Ahí tienes tema para un artículo –me replica ella.
No se refiere al cuidado que, en los tiempos que corren,
ha de tener un hombre al dedicar un piropo a una mujer. Para que no te tachen
de machista. O, aún peor, de acosador sexual.
No iban por ahí los tiros.
–¿Por qué no explicas la diferencia entre ser y estar?
–Me parece que ya lo he hecho en alguna ocasión.
Es lo que nos pasa a los articulistas con centenares de
artículos a las espaldas.
–Puedes tratarlo desde otro punto de vista.
Me convence. Habida cuenta, además, de la escasez estival
de temas, que no se ocupen de Sánchez y Torra, o de Torra y Sánchez, y de la
tabarra independentista.
A cualquiera se le alcanza, por poco versado que esté en
los matices semánticos de los verbos ser y estar, que no es ni mucho menos lo
mismo “estar guapa” que “ser guapa”. En la primera expresión, estamos hablando
de un estado que puede ser pasajero, circunscrito a un momento dado. Ella acaba
de estar en la peluquería, y la estilista –que es más que peluquera– ha acertado
a darle un corte y un peinado favorecedores. En la segunda frase, la belleza
pertenece a la esencia de la mujer, no es algo transitorio, sujeto a una
circunstancia temporal.
Los crucigramistas –y aludo a los autores de crucigramas,
no a quienes los resolvemos– no distinguen entre ser y estar. Y proponen una de
estas dos palabras para que rellenemos con la otra cinco o tres casillas.
Ser, como verbo auxiliar, sirve para formar la voz pasiva
de cualquier otro verbo. Pero, sobre todo, en las oraciones con atributo,
afirma del sujeto lo que significa el atributo, por ejemplo, una cualidad que
le es propia, intrínseca a su naturaleza, o al menos estable. Por ello vale
como ningún otro verbo para definir, a personas, a cualesquiera seres animados
o inanimados, a objetos y conceptos.
Con algunos atributos no cabe usar los dos verbos ser y
estar. Así, es posible afirmar “Estoy contento” o “Estoy cansado”, mas no se
puede decir “Soy contento” o “Soy cansado”, aunque estos estados se prolonguen
en el tiempo.
Mientras que el verbo ser denota estabilidad,
permanencia: “Eres un buen estudiante”, el verbo estar introduce la limitación
del tiempo o del espacio: “Estás sacando malas notas este curso, o en el nuevo
colegio”.
Y, por supuesto, con ciertos atributos, los verbos ser y
estar cambian completamente el significado de tales atributos: no es igual “ser
buena” que, en lenguaje coloquial, “estar buena”.
El verbo ser, además de verbo, tiene otra acepción como
sustantivo. No así el término estar, que solo funciona como verbo, intransitivo
o pronominal, aunque como tal pueda desempeñar la función de sujeto, atributo o
complemento: “Estar solos puede causarnos tristeza”, “Qué aburrido es estar
mano sobre mano”, “El cuarto de estar”.
El sustantivo ser da mucho juego en filosofía. En títulos
de obras filosóficas que me vienen a la memoria, suele ir acompañado de otros
nombres, con los que guarda relación, como en El ser y la esencia, de santo Tomás de Aquino; o a los que se
contrapone, como en El ser y la nada,
de Jean-Paul Sartre, o Ser y tiempo,
de Martin Heidegger, o Ser y tener,
de Gabriel Marcel.
A propósito de esta última contraposición, recuerdo que,
en sus tiempos de socialista con chaqueta de pana, antes de convertirse en
próspero hombre de negocios, Felipe González aconsejaba a los llevados de la
fiebre del consumo y de poseer bienes materiales que dieran más importancia al
ser que al tener. O tempora! O mores!
“¡oh tiempos!, ¡oh costumbres!”, que exclamaba Cicerón en las Catilinarias. Y que podríamos traducir
libremente como “¡Quién te ha visto y quién te ve!”.
Volviendo al ser como concepto filosófico, ¿comienza
nuestro ser con la existencia? ¿No éramos nada, la nada de Sartre, antes de ser
concebidos y nacer? ¿Dejaremos de ser cuando nos sobrevenga la muerte?
Intentar siquiera esbozar una respuesta a estas preguntas
desbordaría los límites de este artículo y se apartaría de mi intento de
cotejar en el terreno lingüístico ser y estar.
No me gustaría que ustedes, que son pacientes y
benévolos lectores, lleguen a estar hasta el gorro de leerme.
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