9 de julio de 2018

Resiliencia


Las palabras y la vida
Resiliencia
Alberto Martín Baró
Si no conocen el significado de esta palabra, no se preocupen: les diré que, desde que en el año 2010, la Real Academia Española (RAE) la incluyó en la edición digital de su Diccionario, es el término que más consultas ha suscitado. Entre las cuales se cuenta la mía.
Aunque este hecho no nos sirva de consuelo –ya saben, mal de muchos…–, sí ayuda a comprender por qué determinados vocablos se ponen de moda y provocan nuestro interés.
Un dato curioso respecto a resiliencia es que, proviniendo del verbo latino ‘resilire’, que significa “saltar hacia atrás”, “rebotar”, “replegarse”, la lengua española no acudió al latín para incorporarla a su léxico, sino que le vino dada por su uso en Psicología en otros ámbitos lingüísticos, ya desde finales de los años noventa del pasado siglo.
Una acepción de resiliencia corresponde al campo de la técnica y significa: “Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”.
La RAE recoge también otra definición de resiliencia, que pertenece al campo de la Etología y Psicología, a saber: “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”.
Esta capacidad de adaptación, con ser interesante, se queda corta comparada con otras potencialidades de la resiliencia que ponen de relieve psicólogos expertos en la materia. Tales autores, al tratar de la resiliencia, no se limitan a hablar de flexibilidad y aceptación, sino que dan un paso más y subrayan la posibilidad del resiliente de sobreponerse a la adversidad o a situaciones límite. O sea, estaríamos en un proceso en el cual no solo se produce la adaptación al problema o a la perturbación, sino que se avanza a una superación que lleva al sujeto a un estado más positivo que el que tenía antes de la prueba.
Expresando esta superación en términos terapéuticos, nos hallaríamos sí ante una curación, pero además ante la consecución de un mayor bienestar y satisfacción, y de una conciencia más elevada.
Hay una palabra que guarda una similitud fonética con resiliencia y es resistencia, que la RAE define como “Acción y efecto de resistir”. Con lo cual no nos dice nada, si no nos aclara qué es resistir. Para precisar este verbo, la RAE echa mano de sinónimos: “Tolerar, aguantar o sufrir”. Así pues, la resistencia se caracteriza por la capacidad de hacer frente a situaciones o realidades adversas, como la pobreza, la carencia o escasez de bienes materiales, la enfermedad, la depresión, el estrés, los ataques de otros seres, los fenómenos atmosféricos extremos, las catástrofes naturales…
Con la resistencia toleramos, aguantamos o sufrimos tales infortunios, pero no avanzamos a un estadio superior, más positivo en cualquier aspecto, material o espiritual, como podemos alcanzar con la resiliencia.
Los investigadores que han estudiado la resiliencia niegan que sea una capacidad innata en el ser humano. Pero indican que se puede conseguir observando unas pautas de conducta, entre las que destacan la autoestima, la confianza en nuestras propias fuerzas, la empatía con los demás, el contacto con la naturaleza, la meditación…
He tenido la fortuna de conocer y tratar a personas dotadas de poderes sanadores, las cuales, siendo ellas mismas resilientes, son capaces de transmitir la resiliencia, mejor dicho, de ayudar a otros a alcanzar por sí mismos esta capacidad.
Jesús de Nazaret fue un hombre dotado de tales poderes. Las curaciones que narran los Evangelios, y que la tradición cristiana ha calificado de milagros, no creo yo que necesiten una explicación sobrenatural o un recurso a la condición de Jesús como Hijo de Dios.
Jesús curaba sobre todo con el contacto físico, en especial de sus manos. Un pasaje del Evangelio de San Marcos (5, 25-34) siempre me ha emocionado. Está el Maestro en medio de una muchedumbre. Pero él nota que alguien le toca de una manera particular: se trata de una mujer que padecía hemorragias y había gastado toda su fortuna en médicos que no habían conseguido curarla. Y se dijo: “Si logro aunque solo sea tocar su manto, quedaré sana”. Y así fue. Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién me ha tocado la ropa?” A lo que ellos le responden: “Ves que la gente te apretuja y preguntas ¿quién me ha tocado?”.
Estamos rodeados de seres, vivos e inanimados, de personas, de fuerzas cósmicas, todos ellos llenos de energía. Que, en consonancia con el poder de nuestro cerebro, pueden hacernos resilientes, capaces de operar en nosotros prodigios de sanación y superación espiritual.
Que queremos llamarlos milagros, pues sea.


1 comentario:

  1. Como siempre, me ha encantado "oírte hablar" Núria Torrallardona

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