Las palabras y la vida
Alberto
Martín Baró
Isa y Audrey son dos adolescentes estadounidenses que han
pasado unas semanas con una familia española, dos de cuyos hijos, Teresa y
Kiko, estuvieron a su vez el verano anterior en la casa de ellas a orillas del
lago Michigan. Aparte de visitar Madrid y San Sebastián, han viajado con sus
anfitriones a París. A la vuelta, en una comida en mi jardín de El Espinar, pregunto
a Isa y Audrey qué es lo que más les ha gustado de todo lo que han visto en
España y Francia. Después de pensárselo un momento, Isa me responde:
–The mountains.
Yo me esperaba que hubieran mostrado su preferencia, qué
sé yo, por el parque del Retiro, por la playa de La Concha, por la torre Eiffel
o por Disneyland. Pero no. Fueron tajantes: “Las montañas”. Sin especificar si
fueron los Pirineos o nuestra sierra de Guadarrama el objeto de su
predilección.
A veces necesitamos que visitantes extranjeros nos hagan
reconocer o redescubrir el valor de lo que día tras día tenemos ante los ojos.
A mí mismo, que tanto he disfrutado de los montes de El
Espinar y tanto he escrito sobre ellos, me ha hecho falta el relativo
distanciamiento que en los últimos meses he experimentado para añorarlos y, al
regresar este verano más detenidamente, sentir renovado su abrazo protector.
Y, cuando oigo a Isa y Audrey, oriundas de tierras
llanas, mostrar su encanto con las montañas, me siento afortunado de tenerlas
al alcance de mis paseos.
Recorro con fruición sus nombres y perfiles familiares:
El Caloco, a cuya cima yo solía subir mientras, delante de la ermita del Santo
Cristo, mis convecinos celebraban el inicio de las fiestas patronales; la
sierra del Quintanar, pródiga de luces y colores según las horas del día; la
Mujer Muerta, que desde nuestra vertiente pierde su condición yacente y
embarazada; el Montón de Trigo, perfecto cono de difícil ascenso; la Peña del
Águila, de más suave subida, y la Peñota, de doble escarpada cumbre, que
cierran la vista que diviso por el este de mi calle; el Alto del León, que
separa, o une, según se mire, las comunidades de Madrid y Castilla y León;
Cabeza Líjar, de la que me parece estar viendo la rosa de los vientos, vientos
de altura, en su vértice geodésico; Cueva Valiente, que tan bien refleja los
soles del ocaso; Aguas Vertientes, pues en efecto recorren su ladera multitud
de arroyos y regatos, amén de las numerosas fuentes que en ella manan; la
sierra de Malagón, al sur de la villa, y Cabeza Renales, que cierra por el
oeste el casi círculo mágico, para permitirnos dilatar la mirada por las
llanadas esteparias de Campo Azálvaro…
Aquí están y aquí me esperan siempre los montes que han
jalonado mi vida, desde los veraneos de mi infancia, adolescencia y madurez,
hasta que, al jubilarme, me instalé definitivamente bajo su amparo.
¿Inmutables? No, que cambian. Desde una ventana de mi
vivienda actual se divisaba el peñón que da nombre al monte de Peña La Casa y
que hoy los pinos crecidos ocultan.
Y cambian también, porque cambiamos nosotros, los que los
contemplamos y amamos, y formamos parte de su geografía y de su historia. Hace
meses que no subo a sus picos y crestas, y echo de menos el aire puro que en
ellos se respira. Así como la satisfacción de coronar el desafío de la altura.
Pero siempre hay miradores privilegiados que nos acercan
al entorno montañoso, como el mirador de la Canaleja en la calle de Juan Bravo
de Segovia. Mientras espero que me revisen el coche, me he sentado en la
terraza que se abre a la Mujer Muerta, aquí sí con todos sus atributos,
mientras pequeñas nubes de algodón adornan el cielo azul de esta plácida tarde
de julio. A mi izquierda, también se avistan el Montón de Trigo y Siete Picos,
picos que me traen a la memoria la figura señera de Eduardo Martínez de Pisón,
gran conocedor y amante de todos nuestros montes, con quien he compartido
caminatas y subidas, una quiero recordar precisamente por las faldas de Siete
Picos. Martínez de Pisón que acaba de publicar La montaña y el arte, muestra
magistral de la simbiosis entre la cultura y la montaña.
Sí, montañas de Guadarrama, con vosotras voy, mi corazón
os lleva.
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