La blanca casa del silencio
omnipresente se ha llenado
con tu palabra y con tu voz
desde una habitación a otra.
Unas tímidas vincas
y unas tempranas margaritas
te dan la bienvenida,
señora con jardín,
del coche copiloto
para salir al campo.
Habrá que recortar el seto
y contemplar los montes y el pinar
con nuevos ojos.
Descubrimos arcanos olvidados
del cuerpo y del espíritu.
Hay prendas femeninas
al sol del tendedero.
Cocinamos sabores compartidos
y besos en los labios
por todas las esquinas.
El sexto pino está al alcance
de nuestras manos enlazadas.
La blanca casa del silencio
omniperesente se ha llenado
de risas y campanas
que tocan a rebato del amor.
Alberto Martín Baró
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