Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
El periodista y todo
profesional que trabaja en los medios de comunicación deben estar continuamente
dispuestos a reaccionar ante los cambios imprevistos que nos depara la
actualidad.
La actualidad, por
definición, siempre ha sido y es efímera, mudable. Mutabilidad que, en nuestros
días, está acentuada por factores como la globalización y la conexión en tiempo
real con cuanto sucede en cualquier parte del mundo.
Ello exige del
reportero, del corresponsal, pero también del articulista de opinión,
flexibilidad y capacidad de adaptarse a la noticia candente. Más de una vez,
por causa de un inesperado suceso, o a la espera de los resultados de unas
elecciones, he tenido que cambiar o aplazar el artículo que tenía preparado para
entregar a El Adelantado.
Las emisoras de radio
y las cadenas de televisión interrumpen su programación para informar del
último atentado, como el ocurrido en Londres el pasado miércoles 22 de marzo,
que ha conmocionado de nuevo al Occidente civilizado.
Aún estábamos
comentando el enésimo anuncio de desarme de los encapuchados de ETA, cuando el
terrorismo islámico les roba la atención y el protagonismo mediáticos. Porque
no olvidemos que uno de los principales fines de toda acción terrorista es la
propaganda, el mantenimiento y la extensión del temor en la población civil,
con vistas a la consecución de sus propósitos, por inalcanzables que puedan
parecer.
A raíz de la difusión
de la supuesta voluntad de ETA de entregar las armas, y de las negociaciones del
Gobierno de Rajoy con el PNV para conseguir la aprobación de los presupuestos
generales del Estado, salta la exigencia nacionalista del acercamiento de los
presos de ETA, en la consabida conducta chantajista a la que nos tiene
acostumbrados el nacionalismo cada vez menos disimuladamente independentista o
declaradamente secesionista.
Junto a las novedades
inesperadas están otras configuraciones de la actualidad, como los días
dedicados a recordar un asunto o un problema: el Día Internacional de la Mujer,
el Día del Síndrome de Down, el Día Internacional de la Felicidad, el Día
Mundial del Agua, o el Día Internacional de la Vida, por citar solo algunas de
las efemérides más recientes.
Puestos a expresar
buenos deseos, o a combatir y cambiar conductas negativas, a la ONU, o a otros
organismos patrocinadores de tales consignas, apenas les van a quedar días al
año para sus bienintencionadas campañas. Si a la lucha contra el cáncer se
agregan en sucesivas jornadas las demás enfermedades que amenazan y minan la
salud humana, habrá que pensar en sumar días a los 365 del año sidéreo, 366 si
es bisiesto.
Me ha causado grata
sorpresa descubrir que existe un día consagrado a la felicidad. ¡Ahí es nada!
Como si fuera posible saber en qué consiste ese estado dichoso al que todos
aspiramos.
Deseamos a los recién
casados que sean felices, se publican listas de los países en los que sus
habitantes son más felices que los de otros. Se adoptan criterios para medir el
mayor o menor estado de felicidad.
En el último informe
de la ONU sobre el Índice de Felicidad se combinan seis variables: el producto
interior bruto, las ayudas sociales, la esperanza de vida, la libertad, la
generosidad y la falta de corrupción. Según tales baremos, en los que predomina
un enfoque social y político, los más felices serían los noruegos, seguidos de
daneses, islandeses, suizos y finlandeses. España ocupa el puesto 34 en esta
clasificación.
En un plano más
personal, salud, dinero y amor son tres requisitos que la sabiduría popular
considera indispensables para que los individuos seamos dichosos. Otros
ingredientes que se nos pueden ocurrir para una receta de la felicidad, como
una familia bien avenida, amistades fieles, trabajo gratificante, bienestar y
alegría de vivir, estarían incluidos en esa contundente triada.
Pertrechados con una
buena salud, con unos recursos materiales suficientes para una vida aceptable y
con la más satisfactoria de las emociones, el amor, el cariño de la pareja, de
padres, hijos y demás familiares, de los amigos, los vaivenes de la actualidad
no sacudirán ni harán tambalearse el sólido edificio de nuestra más profunda
identidad.
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