Las palabras y la vida Alberto Martín Baró
Me encoge el ánimo el panorama del mundo actual: guerras, pobreza, hambre, odios…
Y
de esta situación no se libra España. Cáritas acaba de publicar el Informe
FOESSA sobre exclusión y desarrollo social. Los datos y las cifras de este
Informe evidencian que los jóvenes viven hoy peor que sus padres, que cada vez
hay menos clase media y más familias que pasan a ser clase baja. 4,3 millones
de españoles padecen exclusión social y de estos uno de cada tres son niños.
Junto
a esta realidad se evidencia la de una clase alta cada vez más rica y poderosa.
Pero
la tremenda paradoja consiste en que la riqueza y el poder de unos pocos son
necesarios para que los pobres sobrevivan de las migajas que caen de sus mesas
sobreabastecidas.
Veo
en mi entorno cercano cómo los restaurantes repletos dan trabajo a inmigrantes
procedentes de Paraguay, Venezuela, Argentina, Colombia y otros países
hispanoamericanos.
Volvía
yo caminando del Hospital de la Princesa y en ese trayecto encontré mendigos de
todos los colores y nacionalidades.
Algunos
tienen ya su puesto fijo, como la rumana que a la puerta del Supercor donde yo
hago la compra diaria muestra la foto de sus tres hijos para pedir limosna. La
mayoría de los clientes entran sin dirigir siquiera una mirada a la pobre. Yo
le doy dos euros cada día, más por aliviar mi mala conciencia que su necesidad.
He
pretendido, ingenuo de mí, animarla a buscar trabajo dejándole de dar esos dos
euros y mostrándole a los muchos hispanoamericanos que se ganan la vida acompañando
a ancianos. Pero estos hablan español, mientras que la indigente rumana no es
capaz de hacerse entender. Con lo que he vuelto a darle los dos euros diarios.
Mi
mujer acaba de cumplir 90 años, yo tengo 86, y los dos disfrutamos de una buena
pensión, que hace que nos sintamos unos privilegiados, además con casa propia,
cuando hoy los jóvenes, incluidos los que tienen trabajo, no pueden acceder a
una vivienda ni alquilada ni mucho menos propia.
En
nuestra juventud pudimos encontrar trabajo sin mayores dificultades, ella como
profesora en el Colegio Menesiano del Parque de las Avenidas y yo como editor
en la Editorial Santillana, actividades laborales en las que cotizamos a
Hacienda y en las que disfrutamos.
Aparte
de eso, los dos escribíamos y publicábamos artículos y libros, y seguimos
haciéndolo, más como actividad satisfactoria que lucrativa.
Insisto,
somos unos privilegiados.
En
parte para compartir ese privilegio y en parte para paliar la posible mala
conciencia, al menos la mía, colaboro con Unicef, la Asociación Española contra
el Cáncer, Música para salvar vidas e Intermón.
Cuando
acabo de leer el periódico repleto de malas noticias, me refugio en los
crucigramas.
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