16 de noviembre de 2025

Mis amigos los cruasanes

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Me ha costado tiempo encontrar el plural de cruasán, que es la forma en castellano del francés croissants, que en singular lleva tilde y en plural no.

Hecha esta precisión lingüística, paso a hablar del porqué de este blog. Hace algún tiempo –no sabría precisar cuánto– mi mujer y yo hemos adquirido la costumbre de bajar al restaurante La Lupa a merendar, ella un descafeinado de máquina con leche, yo un té rojo y los dos sendos cruasanes a la plancha. Los camareros ya conocen esta merienda nuestra y, sin necesidad de pedirla, nos la sirven.

Ya he contado en algún otro blog que estos camareros son en su mayoría hispanoamericanos, de Colombia, de Paraguay, de Argentina, de Venezuela… y son la amabilidad en persona.

También tengo ya relatado cómo otros inmigrantes hispanoamericanos se ganan la vida acompañando a personas mayores, muy numerosas en nuestro barrio del Parque de las Avenidas.

Ahora que, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la población de España ha llegado a los 50 millones, debido en gran parte a los inmigrantes, quiero hacer una precisión, a riesgo de parecer xenófobo, sobre esta avalancha de extranjeros. Cuando estos extranjeros trabajan y asumen la lengua y la cultura españolas, bienvenidos sean. Pero cuando pretenden vivir en España sin trabajar, de los subsidios del Gobierno, y sin aceptar nuestras costumbres y cultura, no puedo por menos que rechazarlos y, si en mi mano estuviera, devolverlos a sus países de origen, aunque la población en España descendiera de los 50 millones contabilizados por el INE.

¿Y qué tiene esto que ver con los cruasanes? Pues tiene que ver con que los cruasanes han sabido adaptarse a la lengua española a partir del francés croissants.

Y como no hay nada perfecto en esta vida, los cruasanes, que a la plancha, como nosotros los tomamos, están muy ricos, sueltan muchas migas. A pesar de este inconveniente, los seguiremos tomando con gusto.

Como aceptamos de buena gana los inconvenientes que a veces causan los inmigrantes.

Capítulo aparte merece la población musulmana, cada vez más numerosa en toda España. Aquí sí que soy abiertamente beligerante y la rechazo por varios motivos:

En primer lugar, no existe una reciprocidad en los países islámicos a la hora de acoger a los católicos, ya sean españoles o de otros países, y de permitirles erigir sus templos y celebrar en ellos sus cultos. Cerca del tanatorio de la M-30 en Madrid se alza la mezquita más grande de España. Las mezquitas se convierten a menudo en centros no solo del culto islámico, sino también de difusión de sus propósitos terroristas.

En segundo lugar, no puedo por menos de tener presentes los atentados que los terroristas islámicos han cometido en países europeos. El pasado miércoles de este mes se ha conmemorado en París la matanza yihadista que el 13 de noviembre de 2015 se cobró 130 vidas en la sala Bataclan, el Estadio Nacional y varios bares. En España, el 12 de abril de 1985 se produjo un atentado yihadista en el restaurante El Descanso, en el que murieron 18 personas y más de 100 resultaron heridas. Y sigue habiendo dudas sobre la autoría de la matanza en los trenes de Atocha, para algunos investigadores también atribuible al terrorismo islamista.

En tercer lugar, los musulmanes residentes en España y en otros países europeos no permiten a sus mujeres despojarse del burka y de otros atuendos discriminatorios, y tanto hombres como mujeres exigen en los colegios a los que acuden que les sirvan comidas permitidas por su religión, que excluye el cerdo y otros alimentos.

En cuarto lugar, la creencia islamista mantiene entre sus principios la guerra santa contra toda otra religión o creencia.

Todas estas particularidades de la fe predicada por Mahoma me impiden tratarla en pie de igualdad con otros credos.

Lamento que todo ello me haya llevado lejos de los inofensivos cruasanes, que esta tarde volveremos a degustar mi mujer y yo, servidos por camareros hispanoamericanos amables y serviciales.

 

 

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