Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me
he hecho esta pregunta al enterarme de que, a 22 de septiembre de 2025, un 80 %
de los Estados miembros de las Naciones Unidas reconocen un Estado de
Palestina, mientras que no lo reconocen un 20 %. Traducidos a números estos
porcentajes, 164 países reconocen un Estado palestino, mientras que no lo
reconocen 38.
Es
una abrumadora mayoría, pero yo me sigo preguntando de qué Estado se trata. ¿De
la franja de Gaza, donde se ha impuesto la organización terrorista Hamás? Me
cuesta creer que países democráticos reconozcan como Estado a este territorio
donde no existe otra Constitución que el propósito declarado de arrojar a
Israel al mar, y en el que no hay estructuras de gobierno, a no ser que se
consideren tales la red de túneles donde se refugian los miembros de Hamás
después de realizar sus ataques a Israel, como el perpetrado el 7 de octubre de
2025, y donde retienen a los rehenes judíos capturados en esos ataques.
Por
otro lado, también reclama la condición de Estado palestino la Cisjordania
liderada por la Autoridad Nacional Palestina, al frente de la cual está el
autócrata Mahmud Abás, enemigo declarado de Hamás, y cuyo poder no pasa de un deseo
sin estructuras de Estado.
En
su intervención en las Naciones Unidas, Abás dejó claro que el futuro de su
nación pasa por la convivencia pacífica con Israel, planteamiento incompatible
con la permanencia de Hamás en una tierra sembrada de odio y terror y que desde
hace décadas hace imposible la paz en Oriente Medio.
El
líder palestino, que habló en la ONU por videoconferencia, pues tiene prohibida
la entrada en Estados Unidos, propuso trabajar con la comunidad internacional
para implementar los acuerdos alcanzados en esa cumbre, que apuntan a un alto
el fuego, la liberación de todos los rehenes y prisioneros, la elaboración de
una Constitución y la celebración de elecciones con protagonismo de la
Autoridad Palestina que preside.
Pero
a la vez Mahmud Abás atacó al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu,
condenando su ambición de crear un Gran Israel, que cuente con más territorio
palestino y alertó sobre la posibilidad de una anexión forzada de Cisjordania.
O
sea, que por un lado necesita a Israel para acabar con Hamás, pero por otro
mantiene su voluntad de conquistar Jerusalén, “joya de nuestros corazones y
nuestra capital eterna”, en sus propias palabras.
Antes
de los horrendos crímenes cometidos por Hamás el 7 de octubre, muchos israelíes
criticaban al gobierno de Netanyahu, que cuestionaba la división de poderes y
estaba cercado por casos de corrupción.
Pero
esta crítica interna cambió después del ataque de Hamás a un kibutz, que además
en su mayoría estaba a favor de un entendimiento con los gazatíes: mujeres
violadas, familias quemadas vivas, jóvenes masacrados mientras estaban de
fiesta, rehenes que arrancaron de sus familias y de los que aún 48 siguen en
poder de Hamás, no sabemos si vivos o
muertos.
Los
terroristas de Hamás controlan la entrada de comida en Gaza y sitúan a su
población en los lugares que saben que van a ser atacados.
Acusar
de genocidio a un país el único democrático de la zona y a su ejército, que avisa
con antelación dónde va a efectuar sus ataques, carece de toda base racional.
La
Real Academia Española define el genocidio como “el exterminio o eliminación
sistemática de un grupo humano por motivos de raza, etnia, religión, política o
nacionalidad”.
No
parece que se den estas motivaciones en la guerra de Israel contra Gaza. Otra
cosa son los excesos cometidos por los responsables militares y políticos, que
el propio pueblo de Israel condena.
Mientras
que existen palestinos en Israel, no hay israelíes ni en Gaza ni en
Cisjordania.
En
la intervención de Netanyahu en la sede de las Naciones Unidas, muchos de los
asistentes abandonaron la sala. Y yo me pregunto ¿cuántos países democráticos
se cuentan entre los miembros de las Naciones Unidas? Se trata en su gran
mayoría de dictaduras.
Yo,
en contra del activismo hipócrita de Pedro Sánchez, de Ione Belarra y de Irene
Montero, a quienes invito a gozar una temporada de las libertades feministas de
Hamás, sigo defendiendo a Israel, que ha hecho de una tierra inculta un vergel
y es un modelo de democracia libre, que para nosotros quisiéramos en la España
que Pedro Sánchez desgobierna.
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