Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Antes
de embarrarme con el fango de la DANA levantina, quiero llorar por los
fallecidos, acercarme y abrazar a sus familiares, a quienes han perdido sus
casas, sus posesiones, sus negocios, sus coches y, olvidándome por un momento
de la tragedia, participar en la ola de solidaridad y ayuda que ha llegado de
todas partes sin esperar a que los obligados por sus cargos acudan a remediar
los efectos de la catástrofe.
Desde
estas líneas, me uno a cuantos han pedido la dimisión de todos los políticos
estatales, autonómicos y locales que no han hecho frente en su debido momento a
los desastres de una naturaleza desmadrada.
Más
aún, me adhiero a la querella que han presentado Vox y otras asociaciones por
el delito de “omisión de socorro” cometido por el presidente del Gobierno, sus
ministros y los mandos responsables del Ejército y Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado.
Mientras
una ingente procesión de personas armadas simplemente con escobas, cepillos o
sus solas manos era capaz de llegar a los lugares de los funestos hechos, las
máquinas pesadas que hubieran podido retirar escombros, vehículos volcados y
apilados, y montones de enseres, brillaron por su ausencia.
Pero
esas máquinas responden a decisiones tomadas por individuos y organismos que no
han sabido hacerse cargo de una situación catastrófica, por lo que, insisto,
deben dimitir o ser apartados de sus puestos.
¿Para
qué sirve todo el entramado de instituciones, organismos, consejos, que a la
hora de la verdad, entrampados por la burocracia y sus interesas espurios, no
son capaces de tomar decisiones eficaces?
Se
nos muestran imágenes de una calle antes y después de ser retirados los
montones de coches y muebles por las máquinas pesadas que, tarde, pero por fin
llegaron. Y me pregunto, ¿adónde se han llevado esos coches y muebles, que
unidos a los residuos de las fábricas, a las basuras domésticas y a los
desechos de todo tipo, forman vertederos que contaminan otros parajes,
convirtiendo el mundo en un enorme basurero? ¿Qué se hace con todos esos
desechos, se los quema, se los recicla?
A
menudo me hago estas preguntas y otras parecidas en mi humilde ámbito personal
y doméstico cuando deposito en una bolsa azul de basura los restos, más o menos
orgánicos, de la comida, en otra amarilla los envases y otros residuos de
plástico y en una tercera también azul el vidrio, que no el cristal. Estos
desechos, unidos a los de papel, hay que llevarlos a los grandes contenedores
que hay en las calles para ser reciclados. ¿Funciona realmente el reciclaje de
tanto residuo como arrojamos a diario?
Volviendo
a la DANA de Valencia, pasada la tragedia, habrá que emprender otro tipo de
acciones en prevención de futuras catástrofes. Aquí deben intervenir los
expertos en planes hidrográficos, habrá que drenar y limpiar los ríos y los
arroyos, cambiar determinados cauces, como en su momento se hizo con el del
Turia, no edificar en ramblas ni construcciones de una sola planta que, al quedar
anegada, sus moradores no pueden subir a un piso superior que no existe.
Muchas
de estas medidas eran sabidas desde hace tiempo. Pero siempre es más fácil
pensar que la naturaleza no volverá a desmadrarse que afrontar el coste de lo
que en su momento podrá salvar vidas y haciendas.
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