10 de noviembre de 2024

Después de la DANA

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Antes de embarrarme con el fango de la DANA levantina, quiero llorar por los fallecidos, acercarme y abrazar a sus familiares, a quienes han perdido sus casas, sus posesiones, sus negocios, sus coches y, olvidándome por un momento de la tragedia, participar en la ola de solidaridad y ayuda que ha llegado de todas partes sin esperar a que los obligados por sus cargos acudan a remediar los efectos de la catástrofe.

Desde estas líneas, me uno a cuantos han pedido la dimisión de todos los políticos estatales, autonómicos y locales que no han hecho frente en su debido momento a los desastres de una naturaleza desmadrada.

Más aún, me adhiero a la querella que han presentado Vox y otras asociaciones por el delito de “omisión de socorro” cometido por el presidente del Gobierno, sus ministros y los mandos responsables del Ejército y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Mientras una ingente procesión de personas armadas simplemente con escobas, cepillos o sus solas manos era capaz de llegar a los lugares de los funestos hechos, las máquinas pesadas que hubieran podido retirar escombros, vehículos volcados y apilados, y montones de enseres, brillaron por su ausencia.

Pero esas máquinas responden a decisiones tomadas por individuos y organismos que no han sabido hacerse cargo de una situación catastrófica, por lo que, insisto, deben dimitir o ser apartados de sus puestos.

¿Para qué sirve todo el entramado de instituciones, organismos, consejos, que a la hora de la verdad, entrampados por la burocracia y sus interesas espurios, no son capaces de tomar decisiones eficaces?

Se nos muestran imágenes de una calle antes y después de ser retirados los montones de coches y muebles por las máquinas pesadas que, tarde, pero por fin llegaron. Y me pregunto, ¿adónde se han llevado esos coches y muebles, que unidos a los residuos de las fábricas, a las basuras domésticas y a los desechos de todo tipo, forman vertederos que contaminan otros parajes, convirtiendo el mundo en un enorme basurero? ¿Qué se hace con todos esos desechos, se los quema, se los recicla?

A menudo me hago estas preguntas y otras parecidas en mi humilde ámbito personal y doméstico cuando deposito en una bolsa azul de basura los restos, más o menos orgánicos, de la comida, en otra amarilla los envases y otros residuos de plástico y en una tercera también azul el vidrio, que no el cristal. Estos desechos, unidos a los de papel, hay que llevarlos a los grandes contenedores que hay en las calles para ser reciclados. ¿Funciona realmente el reciclaje de tanto residuo como arrojamos a diario?

Volviendo a la DANA de Valencia, pasada la tragedia, habrá que emprender otro tipo de acciones en prevención de futuras catástrofes. Aquí deben intervenir los expertos en planes hidrográficos, habrá que drenar y limpiar los ríos y los arroyos, cambiar determinados cauces, como en su momento se hizo con el del Turia, no edificar en ramblas ni construcciones de una sola planta que, al quedar anegada, sus moradores no pueden subir a un piso superior que no existe.

Muchas de estas medidas eran sabidas desde hace tiempo. Pero siempre es más fácil pensar que la naturaleza no volverá a desmadrarse que afrontar el coste de lo que en su momento podrá salvar vidas y haciendas.

 

 

 

 

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