14 de julio de 2024

José Antonio Abella, el triunfo de la palabra y la bondad

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El sábado 6 de julio me entero de la muerte de José Antonio Abella a través de la noticia que mi amiga Margarita Arribas cuelga en el grupo de wasap “El libro del mes”:

“El médico, escultor y escritor, nacido en Burgos pero apasionado de Segovia, José Antonio Abella ha fallecido este viernes en Madrid víctima de un cáncer que ha combatido durante varios años. Nacido en 1956, fue operado de un cáncer de colon en fase avanzada con metástasis hepáticas en las navidades de 2021”.

Inmediatamente, los contertulios del grupo expresan su pesar por el fallecimiento de un gran amigo y excepcional escritor que había presentado de la mano de Ignacio Sanz y de mí mismo en nuestra tertulia varios de sus libros.

Pido a Ignacio Sanz, íntimo de Abella y primer lector de sus obras, después de su mujer María Jesús, que me facilite el teléfono de esta para hacerle llegar mi condolencia y las de los miembros de la tertulia. Lo que hago con palabras quebradas por el sentimiento.

Como transido de profunda emoción está el escrito que comparte con nosotros Juan Andrés Saiz Garrido, quien, como él mismo confiesa, ha tenido siempre en José Antonio Abella un amigo y un guía:

“Abella ha sido –es, pues su ejemplo y su obra quedan– un ser especial y a la vez muy sencillo, de esos que, con su simple presencia, nos alientan a ser más buenos y a buscar la excelencia en los proyectos que afrontamos”.

Cuando de la mano de Ignacio Sanz conocí a José Antonio Abella, debía de correr el año 2011, y a mí me pareció un joven estudiante, aunque para entonces ya ejercía de médico de atención primaria. Y mi primer contacto con él no fue como escultor y escritor que ya había dado a luz varias obras, sino como editor de La Isla del Náufrago, que publicó en abril de 2012 mi libro Cómo hablamos y escribimos. Tengo ante mis ojos este volumen, con la foto en la cubierta de una bella joven pensativa que se acerca un bolígrafo a la boca y que, como me dijo el propio Abella, era una sobrina suya.

Si el organizador de “La tertulia de los martes” Ignacio Sanz me publicó en 2004 El cuaderno de San Rafael, abriéndome el camino a otras publicaciones sobre El Espinar, y me dio la idea de crear con un grupo de amantes de la lectura la tertulia “El libro del mes”, José Antonio Abella ha compartido con nuestros contertulios sus obras La sonrisa robada, El hombre pez, Aquel mar que nunca vimos (esta en reunión no presencial por la pandemia) y El corazón del cíclope.

Gracias a su disponibilidad, incluso cuando ya luchaba contra el cáncer, he podido adentrarme en su forma de trabajar concienzuda y a la vez inspirada. Abella es un escritor que cincela las frases –en cierta ocasión afirmó que los seres humanos no sólo estamos hechos de células, sino también de palabras–, bucea en las fuentes, se implica en la acción, como si él mismo la viviese.

Los importantes premios literarios que recibió, La Hucha de Oro como autor de cuentos, y como autor de novelas el Premio de la Crítica de Castilla y León y el Premio Ateneo Ciudad de Valladolid, no hacen sino refrendar la vocación de este escritor, que incluso en medio de su enfermedad trabajaba entre 10 y 15 horas diarias.

Cada vez que me adentro en Segovia admiro su Monumento a la Trashumancia. Otra escultura suya, que representa a un diablillo en actitud de hacerse una autofoto y que dio lugar a una polémica y hasta un proceso judicial, le inspiró a nuestro autor la novela Agnus diaboli (Valnera, 2022).

Sí, editor, escultor, médico y escritor, en todas estas facetas sobresalió José Antonio Abella. Pero él fue, ante todo, un hombre bueno y generoso, al que ya echamos de menos cuantos tuvimos la fortuna de conocerle y tratarle.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. DEP, esperemos que el importante legado cultural que ha dejado, sea un buen motivo para su recuerdo

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