10 de marzo de 2024

Sánchez sólo es Sánchez

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Incluso aquellos articulistas y comentaristas con los que, en líneas generales, estoy de acuerdo utilizan los a mi juicio desafortunados términos sanchismo y sanchista. Como si el presidente del Gobierno Pedro Sánchez tuviera algo parecido a un programa o una ideología. Por no tener o ser, Sánchez ni siquiera es socialista, el partido al que pertenece y dirige con mano férrea. Sánchez sólo es Sanchez.

Veamos. ¿Es partidario de la amnistía que el pasado día 7 de marzo se ha aprobado en la comisión de Justicia del Congreso y que él mismo, antes de las elecciones del 23 de julio, rechazó? Si no hubiera necesitado los 7 votos de Junts, el partido de Puigdemont, para sacar adelante su investidura, la amnistía le habría importado un bledo.

El mismo Sánchez que estuvo de acuerdo con el 155 aplicado en Cataluña por Rajoy el 27 de octubre de 2017 fue el que indultó a los independentistas sediciosos y malversadores para granjearse su apoyo al gobierno que formó con Sumar sin haber ganado las elecciones.

Sánchez no es que cambie de opinión, como él mismo ha dicho refiriéndose a los cambios de parecer que de un día a otro efectúa, es que no tiene opinión sobre nada.

Los que le atribuyen un plan para hacer de España una república federal compuesta de múltiples Estados independientes, una nación de naciones, no conocen a Sánchez, el cual, si mañana comprendiera que él mismo podía ser el presidente de un Estado centralizado al máximo, sería un nuevo Rey Sol instalado en la Moncloa, con todos los resortes del poder en su mano.

El poder, esa es la palabra mágica, el talismán que guía los pasos de Sánchez. Y en alcanzar y conservar el poder, reconozcamos que Pedro Sánchez es muy hábil.

Se equivocan quienes, desde sus tribunas de opinión o desde los partidos de la oposición, piensan que será posible derribar al presidente Sánchez aprovechando los casos de corrupción que desde las cloacas de esbirros mercenarios y subalternos como Koldo han ido ascendiendo hasta implicar a los más altos cargos del Gobierno, como la presidenta del Congreso, Francina Armengol, tercera autoridad del Estado, ministros como Ángel Víctor Torres, anterior presidente de Canarias y hoy ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, y Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior, y que incluso salpican a la propia mujer del César, Begoña Gómez.

Pues no, no van a echar a Pedro Sánchez de la Moncloa ni derrocar su Gobierno. Desde países con regímenes de izquierda como el Brasil de Lula da Silva y el Chile de Gabriel Boric, Sánchez se ríe de quienes piensan que sus días al frente del Gobierno de España tocan a su fin.

¿Se habría ausentado del Congreso de los Diputados si tuviera la más mínima duda de que todo está atado y bien atado?

Pedro Sánchez carecerá de ideología y de planes salvo el de mantenerse en el poder. Y ha engrasado las estructuras e instituciones del Estado, colocando a amigos y afines como parachoques. Ahí está en el Tribunal Constitucional Cándido Conde-Pumpido, dispuesto a declarar constitucional la amnistía, y al frente de la Fiscalía General del Estado Álvaro García Ortiz, que también considera legal e intachable la amnistía, apartándose del parecer de la mayoría de los fiscales. ¿Han visto al fiscal general fundiéndose en un estrecho abrazo con Francina Armengol?

Pues lo dicho.

 

              

 

 

 

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