Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me comunica por wasap desde Barcelona mi sobrino Javier el pasado 10 de febrero que ha fallecido su hermana Patricia. Ella y él, hijos de mi hermano Javier, que murió hace siete años.
Vivimos rodeados de muertes de seres queridos, sobre todo quienes hemos llegado a una edad avanzada. Somos supervivientes, porque siempre se mueren los otros. Asistimos con el corazón encogido a sus funerales. El dolor es tan hondo que a mí se me saltan las lágrimas, cuando no me echo a llorar abiertamente, como me ha ocurrido, y lo he escrito en este blog, cuando la hija y la mujer de mi amigo del alma José Antonio Matute me dicen por teléfono que su padre y marido ha muerto.
Sí, nos duele la muerte de nuestros coetáneos. Pero si quien deja este mundo es una mujer de 57 años como mi sobrina Patricia, no acertamos, al menos yo no acierto, a comprender y asimilar su partida.
Mientras escribo estas líneas apesadumbrado, y para confirmar mis anteriores palabras, me interrumpe mi mujer para decirme que acaba de morir un familiar suyo de la rama de los Osorio, y se celebra una misa córpore in sepulto en la capilla del tanatorio de La Paz en Tres Cantos esta tarde a las 8, a la que tenemos que asistir.
En cambio, y por muchos impedimentos, no podemos ir a Barcelona a despedir a Patricia. Hablo por teléfono con Lula, la segunda mujer de mi hermano Javier, que quería a mi sobrina como a una hija. Se querían, pues Patricia también quería a Lula, madre de Javier y Álvaro. Las dos, Lula y Patricia, se volcaron en cuidar a mi hermano mayor en sus últimos años.
Te veo, Patricia, de niña jugando con mi madre, tu abuela Alicia, y con tu hermano Alberto –al que tus padres pusieron este nombre por mí y al que, años más tarde, hiciste lo imposible por ayudar en sus problemas con la droga– en nuestra casa de la calle López Gómez de Valladolid. Eras una niña preciosa, como luego fuiste una guapa mujer.
Y eras todo corazón y fortaleza. Derramabas cariño a tu alrededor. Recuerdo que, hace un montón de años, nos convocaste a mí y a mis hermanos a reunirnos en Madrid, porque nos veíamos poco, al vivir tú y tu marido, también de nombre Javier, en Barcelona.
Y, para alegría de mi mujer Angelina y mía, veníais a vernos en el Café Pombo de Santander desde el pueblo cántabro en el que veraneabais. Lo que ya no pudiste hacer en los últimos años, luchando contra la enfermedad.
Patricia, mi querida sobrina, estoy seguro de que ya te habrás reunido con tu padre, pues en la casa del Padre con mayúscula hay muchas moradas, y Jesús fue a prepararnos un lugar.
A tus hijos, Sergio y Mónica, apenas los he conocido. Desde estas líneas les acompaño en su dolor. Pero si han heredado aunque sólo sea una parte de tus genes, serán unas personas llenas de bondad y entereza.
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