Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Varias
instituciones españolas, entre ellas el Ministerio de Cultura y Deporte, el
Gobierno de Cantabria, la Comunidad de Madrid y la Biblioteca Nacional de
España, se han unido para patrocinar y promover en dicha Biblioteca una magna
exposición sobre la vida y la obra de José Hierro con el título de “Cuanto sé de
mí”, que es también el título de un libro de poemas del poeta publicado por
primera vez en el año 1957 en edición de Ágora.
Es
esta exposición, junto con el Catálogo que la acompaña, el mejor homenaje que
podía rendirse a José Hierro en el centenario de su nacimiento (1922-2022).
Agradezco a la Asociación Plaza Porticada, a su presidenta Elena G. Botín y a
su secretaria Pilar de la Torre, la oportunidad de visitar la exposición bajo
la guía magistral del periodista y profesor Eduardo Ruiz-Ocaña. Me ha producido
gran satisfacción coincidir en la visita con varios grupos de colegiales que seguían
con interés y seriedad los pasillos de la exposición.
La
muestra recorre la trayectoria vital del poeta al hilo de sus publicaciones,
cuyas distintas ediciones se exponen en vitrinas, de sus pinturas, dibujos y
collages, y de sus premios literarios y galardones, cuya mera enumeración ocupa
toda una pared.
Se
ilustran las etapas de la vida de Hierro con numerosas fotografías, en las que aparece
con familiares, con los principales poetas y escritores de la época y con
artistas y pintores de diversa adscripción.
Él
se consideraba deudor de Juan Ramón Jiménez, de los poetas de la Generación del
27, de los “septentrionales”, al frente de los cuales se sitúa Gerardo Diego,
de Rafael Alberti, como él también pintor, Pedro Salinas, Rubén Darío y Antonio
Machado. Otras lecturas que influirán en su formación son obras de Baudelaire,
Dickens, Dostoievski y Proust, sin olvidar a Baroja, Miró y Ortega.
Pero
la poesía de Hierro muestra un sello inconfundible, desde los primeros
poemarios Tierra sin nosotros y Alegría (1947) hasta su Cuaderno de Nueva York, ciudad a la que
viajó en tres ocasiones, publicado por primera vez en 1998.
Su
visión es introspectiva, pero de ese yo de Cuanto
sé de mí, yo que se manifiesta en sus numerosos autorretratos, el poeta se
abre a los demás hombres, sus hermanos.
Había
leído Hierro con especial interés a Lope de Vega y Calderón, y pueden
rastrearse en su poesía citas literales de ambos autores. Se le califica a
Hierro, además de como poeta, de dramaturgo y cuentista, aunque en estos campos
su producción es escasa.
Entre
los premios con los que fue galardonado suele destacarse el prestigioso Adonais
de poesía, que le concedió en el año 1947 por su obra Alegría un jurado compuesto por Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso,
Gerardo Diego, Enrique Azoaga y José Luis Cano. A este premio se unirían más
tarde el Príncipe de Asturias de las Letras (1981), el Nacional de las Letras
(1990) y el Cervantes (1999), entre otros muchos.
Por
su cercanía a mí, quiero acabar esta semblanza de José Hierro con unos versos
de Angelina Lamelas, que en su libro Personajes
de mi vida (2021) recuerda los talleres de poesía que hizo con él en el
palacio de La Magdalena:
DESPUÉS
DE HIERRO
Había
que volver y era difícil
Porque
tú no estabas.
Todo
sonaba a Hierro.
Las
olas iban y venían
llenándose
de versos consumados.
[…]
La
eternidad te sentaba muy bien
porque,
de pronto, dejaste de toser
y
sonó tu voz camino del Palacio,
tu
voz entre los pinos y las rocas,
como
si respiraras a pleno pulmón
y
para siempre.
Un
poeta, José Hierro –y esto lo añado yo– que, más allá de los versos, supo
tallar la belleza inconfundible y eterna de la palabra.
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