4 de julio de 2021

La publicidad y yo

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No hace falta ser un experto publicista para saber que los dos fines principales de la publicidad son informar y convencer al destinatario del anuncio a que adquiera el producto o el servicio que se publicita.

Sentadas estas bases elementales, me pregunto si quienes idean las campañas publicitarias son conscientes del rechazo que a menudo provocan en el cliente potencial.

Algunos ejemplos cotidianos me ayudarán a ilustrar el enfado que me producen ciertos mensajes de los anunciantes.

Solo veo la televisión pública, sea la 1 o la 2, cuando programan alguna película que me interese, sabiendo que no la interrumpirán con las consabidas cuñas publicitarias de otras cadenas. Los informativos de Radiotelevisión Española me espantan por su tendenciosidad ideológica. La continua pérdida de audiencia del ente público me hace sospechar que no soy el único en experimentar tal renuencia.

Las televisiones comerciales, que viven en gran medida de los ingresos de la publicidad, saben perfectamente cuándo el espectador está enganchado en una película para interrumpir la emisión con tandas de anuncios cada vez más largas y frecuentes. Si, a pesar de mi prevención, me he animado a seguir una película en alguna de esas emisoras, aprovecho las interrupciones publicitarias para hacer alguna tarea doméstica pendiente.

O sea, que el anunciante en cuestión ni me informa ni me convence para que compre el detergente o la colonia de turno.

Un programa de éxito como Pasapalabra “se pasa” en espacios de publicidad, no solo reservados al corte obligado antes del rosco, sino extensivos a largas peroratas del propio presentador, que causan en el espectador un efecto contrario al buscado por el anunciante.

Desde mi humilde blog me atrevo a dar un consejo a un diario como Libertad Digital, que sigo con interés. Cuando entro en un artículo o sección, aparecen en la izquierda de la pantalla ventanas de anuncios que me obstaculizan la lectura y que me apresuro a cerrar pulsando en el aspa correspondiente. Esos anuncios, lejos de producir en mí el efecto deseado por el anunciante, ni siquiera soy capaz de decir después de qué tratan. En algunos artículos se interrumpe el texto y aparece el aviso de que, si quieres leerlo completo y sin anuncios, te hagas socio de Libertad Digital, contribuyendo así a sostener económicamente un medio de comunicación de mi agrado. Pues tiene razón, pero no me he suscrito.

En determinadas épocas del año, como pueden ser las Navidades o el comienzo de las vacaciones de verano, predominan los anuncios de ciertos productos, como perfumes o colonias y bañadores o cremas protectoras. En estos casos, los fabricantes, además de los dos fines consabidos de informar y animar a la compra, no tienen más remedio que anunciarse para que el posible cliente no piense que han desaparecido del mapa.

La publicidad en vallas y paredes de edificios no me suele incomodar, pues soy muy libre de mirarla o no. Más me incordian los grafitis que a mi juicio afean muros y exteriores en todas las ciudades, sin que se me alcance su valor artístico o comunicativo.

Quiero acabar esta entrada llena de obviedades y subjetividades con una más. Sé que el consumo es fundamental para mantener y activar la economía. Así que, pesar de todos los pesares, rompo una lanza en favor de la publicidad que favorece y estimula el consumo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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