11 de julio de 2021

La identidad humana

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El anteproyecto de ley conocida con la abreviatura Trans, que ha elaborado el Ministerio de Igualdad presidido por la podemita Irene Montero, ha vuelto a poner de actualidad el debate sobre la identidad sexual de las personas.

Hace tiempo que en este importante campo de la identidad humana se ha impuesto el término “género” sobre el devaluado “sexo”. Los defensores de este cambio terminológico aducen que el concepto de sexo se circunscribiría a lo meramente fisiológico o biológico, mientras que género abarcaría también los componentes psíquicos, sociales y educativos de la sexualidad humana.

En este nuestro mundo dominado por las siglas y los acrónimos ha hecho fortuna la serie de iniciales LGTBIQ, que responden a las denominaciones lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales y queer.

Las cuatro primeras categorías incluyen colectivos en los que cabe englobar a personas de orientación sexual relativamente fácil de identificar. Así, las lesbianas designan a las mujeres atraídas por y hacia otras mujeres. Los gays denominan a los hombres homosexuales. Transexuales son mujeres u hombres no conformes con su condición biológica y se definen como hombres las personas con órganos y dotación genética femeninos, y viceversa, se consideran y sienten mujeres hombres con órganos y dotación genética masculinos. Bisexuales comprenden a las personas que experimentan tendencias de ambos géneros.

Los intersexuales tendrían una anatomía reproductiva o sexual que no se ajusta a lo que tradicionalmente se considera masculino o femenino.

Y queer, del vocablo inglés que significa “raro, extraño, excéntrico, extravagante”, suele utilizarse para describir una identidad de género y sexual diferente a la heterosexual, condición que puede cambiar con el tiempo y no encajar en ninguna de las categorías LGTBI. Al parecer, los queer se caracterizan sobre todo por su rechazo a las normas y conceptos tradicionales en el campo del género y de la sexualidad.

A las siglas LGTBIQ no faltan autores que añaden el signo + para indicar que la lista no está cerrada, sino en constante evolución, y pueden aparecer, y de hecho aparecen, modalidades como pansexualidad, polisexualidad o asexualidad.

Como es fácil concluir, la casuística a la que se prestan estas definiciones está condicionada a menudo por la ideología política de los autores que tratan estos temas.

Creo que el debate sobre la ley Trans, y sobre cualquier asunto en el que entran en juego conceptos fisiológicos, biológicos, psíquicos, educativos, legales y sociales, debería dejarse a expertos en estas cuestiones y evitar la demagogia y el seudoprogresismo.

No puedo sustraerme a la impresión de que el género y la sexualidad, una dimensión de los seres humanos de indudable importancia para su identidad, su desarrollo y su comportamiento, ha eclipsado una visión global de la naturaleza humana.

Naturaleza humana que nos hermana a todas las personas con unas u otras orientaciones sexuales y nos hace iguales en derechos, en respeto a los diferentes, en aspiraciones a una vida mejor y más justa para todos.

El feminismo, entendido como la defensa de la igualdad de hombres y mujeres en derechos, en oportunidades educativas, económicas, laborales y de todo tipo, no debe ser utilizado como bandera en favor o en contra de unas u otras opciones que la libertad humana abre ante nuestra capacidad de elección.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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