Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
El anteproyecto de ley
conocida con la abreviatura Trans,
que ha elaborado el Ministerio de Igualdad presidido por la podemita Irene
Montero, ha vuelto a poner de actualidad el debate sobre la identidad sexual de
las personas.
Hace tiempo que en este
importante campo de la identidad humana se ha impuesto el término “género”
sobre el devaluado “sexo”. Los defensores de este cambio terminológico aducen
que el concepto de sexo se circunscribiría a lo meramente fisiológico o
biológico, mientras que género abarcaría también los componentes psíquicos,
sociales y educativos de la sexualidad humana.
En este nuestro mundo
dominado por las siglas y los acrónimos ha hecho fortuna la serie de iniciales
LGTBIQ, que responden a las denominaciones lesbianas, gays, transexuales,
bisexuales, intersexuales y queer.
Las cuatro primeras
categorías incluyen colectivos en los que cabe englobar a personas de
orientación sexual relativamente fácil de identificar. Así, las lesbianas
designan a las mujeres atraídas por y hacia otras mujeres. Los gays denominan a
los hombres homosexuales. Transexuales son mujeres u hombres no conformes con
su condición biológica y se definen como hombres las personas con órganos y
dotación genética femeninos, y viceversa, se consideran y sienten mujeres
hombres con órganos y dotación genética masculinos. Bisexuales comprenden a las
personas que experimentan tendencias de ambos géneros.
Los intersexuales tendrían
una anatomía reproductiva o sexual que no se ajusta a lo que tradicionalmente
se considera masculino o femenino.
Y queer, del vocablo inglés
que significa “raro, extraño, excéntrico, extravagante”, suele utilizarse para
describir una identidad de género y sexual diferente a la heterosexual,
condición que puede cambiar con el tiempo y no encajar en ninguna de las
categorías LGTBI. Al parecer, los queer se caracterizan sobre todo por su
rechazo a las normas y conceptos tradicionales en el campo del género y de la
sexualidad.
A las siglas LGTBIQ no faltan
autores que añaden el signo + para indicar que la lista no está cerrada, sino
en constante evolución, y pueden aparecer, y de hecho aparecen, modalidades
como pansexualidad, polisexualidad o asexualidad.
Como es fácil concluir, la
casuística a la que se prestan estas definiciones está condicionada a menudo
por la ideología política de los autores que tratan estos temas.
Creo que el debate sobre la
ley Trans, y sobre cualquier asunto
en el que entran en juego conceptos fisiológicos, biológicos, psíquicos,
educativos, legales y sociales, debería dejarse a expertos en estas cuestiones
y evitar la demagogia y el seudoprogresismo.
No puedo sustraerme a la
impresión de que el género y la sexualidad, una dimensión de los seres humanos
de indudable importancia para su identidad, su desarrollo y su comportamiento,
ha eclipsado una visión global de la naturaleza humana.
Naturaleza humana que nos
hermana a todas las personas con unas u otras orientaciones sexuales y nos hace
iguales en derechos, en respeto a los diferentes, en aspiraciones a una vida
mejor y más justa para todos.
El feminismo, entendido como
la defensa de la igualdad de hombres y mujeres en derechos, en oportunidades educativas,
económicas, laborales y de todo tipo, no debe ser utilizado como bandera en
favor o en contra de unas u otras opciones que la libertad humana abre ante
nuestra capacidad de elección.
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