7 de junio de 2020

Más que desencanto


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Pero ¿no ha pasado, y sigue pasando, en España la peor pandemia que se haya conocido en siglos? ¿No era, y continúa siendo, nuestra principal preocupación el número de contagiados y muertos por el covid-19? ¿No era, y aún es, nuestro mayor enemigo, contra el que debemos luchar unidos, el letal coronavirus? ¿No empezamos a experimentar los efectos de la más grave crisis económica que haya asolado nuestro país desde hace lustros o decenios?
Todo ello ha debido de ser un mal sueño, una pesadilla, de la que despertaremos en cualquier momento.
Porque, si nos asomamos a las sesiones del Congreso de los Diputados y del Senado –por lo demás escasas– y escuchamos las intervenciones de los supuestos representantes del pueblo español, diríase que ya se ha vuelto a la normalidad. Una normalidad que consiste en un Parlamento que no parlamenta, donde sus señorías, en vez de ocuparse de los problemas que afectan y preocupan a los ciudadanos, se dedican a insultarse, a arrojarse a la cara los más perversos hechos e intenciones, entre los aplausos de sus menos mal que poco concurridas bancadas.
No me extraña que, ante este vergonzoso espectáculo, se alcen voces que aboguen por la eliminación de tan inútiles como onerosas cámaras.
El dramaturgo y articulista Germán Ubillos Orsolich publicaba el pasado lunes 1 de junio en Euromundo Global una breve y contundente columna titulada “Lo que necesita España”. Cito textualmente algunas de sus palabras: “Sobra el Congreso, sobra el Senado, sobra el Gobierno, sencillamente estorban, este país que se desangra necesita un equipo muy reducido y austero de buenos economistas con las manos libres, las conciencias lúcidas e independientes, que no pertenezcan a partido ni ideología política alguna. Todo lo que suene a esto último es veneno para el paciente.
Olvidemos la democracia, olvidemos los partidos, olvidemos las divisiones, olvidemos la buena voluntad y la ignorancia, olvidémonos de todo, salvemos al enfermo grave que está sufriendo, no llamemos a más ingenieros de caminos y sus asesores, llamemos y pronto a los médicos, a los Jiménez Díaz y Gregorio Marañón de turno”.
Suscribo y comparto el desencanto de Ubillos con la democracia española. Pero, le pregunto a mi querido y admirado amigo, ¿dónde están esos “buenos economistas con las manos libres, las conciencias lúcidas e independientes?” No los busquemos en las filas de los ministros y las ministras del gabinete de Pedro Sánchez. Aunque alguno hubiera, está contaminado por la disciplina y los intereses partidistas.
Sí han dado la talla los médicos y sanitarios que, a pecho descubierto –nunca mejor dicho, por la falta de equipos de protección–, se han enfrentado al mortal cobid-19 para salvar vidas a riesgo de la suya.
Se han hecho públicos, por las mismas fuentes gubernamentales, los datos económicos del mes de mayo. Se incumplen todos los objetivos de déficit y deuda pública. El número de parados se acerca a los cuatro millones, a los que hay que sumar los afectados por los ERTE, que son casi tres millones de trabajadores. Esta situación de desempleo no hay ingreso mínimo vital que la remedie.
Y, ante este panorama, ¿de qué se ocupan los parlamentarios españoles, de los que habría que excluir a los que no se consideran españoles, que no sé muy bien qué pintan en las Cortes de España? Pues de aprobar o rechazar la sexta prórroga de un estado de alarma que, aparte de conculcar derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos, ni el Gobierno ni la oposición la enfocan como lo que debería ser, un medio de combatir la pandemia. No, para Sánchez, es un instrumento con el que seguir gobernando –es un decir– por decreto ley y demostrar su poder frente a cualquier crítica de la derecha y de las cada vez más reducidas prensa y televisión libres. En resumidas cuentas, una resistencia –recordemos el libro de Sánchez– para prolongar la legislatura y hacer posible la aprobación de los presupuestos. No olvidemos, para vergüenza de Sánchez y sus aliados, que aún se atienen a los presupuestos elaborados por Montoro para el gobierno de Rajoy.
Claro que el ministro Marlaska ha mentido y debe dimitir o ser destituido por Sánchez. Claro que al vicepresidente Iglesias, cuando acusa a Vox de intentar un golpe de Estado sin atreverse a darlo, le traiciona el subconsciente y proyecta en otros lo que él aspira, y ya ha comenzado, a perpetrar. Y cuando el presidente del Gobierno grita “¡Viva el 8 de marzo!”, intenta camuflar en una falsa defensa del feminismo lo que en realidad fue una irresponsable exposición de miles de manifestantes al coronavirus y el comienzo de su funesta gestión de la crisis del covid-19, en la que ni siquiera sabemos el número de muertes.
Funesta gestión que, más pronto que tarde, llevará a sus responsables a rendir cuentas ante la Justicia, si antes no consiguen amedrentar a los jueces, firme baluarte de una democracia en serio peligro de demolición y que, en su estado actual, es causa de más que desencanto en no pocos demócratas.

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