Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Pero ¿no ha pasado, y
sigue pasando, en España la peor pandemia que se haya conocido en siglos? ¿No
era, y continúa siendo, nuestra principal preocupación el número de contagiados
y muertos por el covid-19? ¿No era, y aún es, nuestro mayor enemigo, contra el
que debemos luchar unidos, el letal coronavirus? ¿No empezamos a experimentar
los efectos de la más grave crisis económica que haya asolado nuestro país
desde hace lustros o decenios?
Todo ello ha debido de
ser un mal sueño, una pesadilla, de la que despertaremos en cualquier momento.
Porque, si nos asomamos
a las sesiones del Congreso de los Diputados y del Senado –por lo demás
escasas– y escuchamos las intervenciones de los supuestos representantes del
pueblo español, diríase que ya se ha vuelto a la normalidad. Una normalidad que
consiste en un Parlamento que no parlamenta, donde sus señorías, en vez de
ocuparse de los problemas que afectan y preocupan a los ciudadanos, se dedican
a insultarse, a arrojarse a la cara los más perversos hechos e intenciones,
entre los aplausos de sus menos mal que poco concurridas bancadas.
No me extraña que, ante
este vergonzoso espectáculo, se alcen voces que aboguen por la eliminación de
tan inútiles como onerosas cámaras.
El dramaturgo y
articulista Germán Ubillos Orsolich publicaba el pasado lunes 1 de junio en
Euromundo Global una breve y contundente columna titulada “Lo que necesita España”.
Cito textualmente algunas de sus palabras: “Sobra el Congreso, sobra el Senado,
sobra el Gobierno, sencillamente estorban, este país que se desangra necesita
un equipo muy reducido y austero de buenos economistas con las manos libres,
las conciencias lúcidas e independientes, que no pertenezcan a partido ni ideología
política alguna. Todo lo que suene a esto último es veneno para el paciente.
Olvidemos la democracia,
olvidemos los partidos, olvidemos las divisiones, olvidemos la buena voluntad y
la ignorancia, olvidémonos de todo, salvemos al enfermo grave que está sufriendo,
no llamemos a más ingenieros de caminos y sus asesores, llamemos y pronto a los
médicos, a los Jiménez Díaz y Gregorio Marañón de turno”.
Suscribo y comparto el
desencanto de Ubillos con la democracia española. Pero, le pregunto a mi
querido y admirado amigo, ¿dónde están esos “buenos economistas con las manos
libres, las conciencias lúcidas e independientes?” No los busquemos en las
filas de los ministros y las ministras del gabinete de Pedro Sánchez. Aunque
alguno hubiera, está contaminado por la disciplina y los intereses partidistas.
Sí han dado la talla los
médicos y sanitarios que, a pecho descubierto –nunca mejor dicho, por la falta
de equipos de protección–, se han enfrentado al mortal cobid-19 para salvar
vidas a riesgo de la suya.
Se han hecho públicos,
por las mismas fuentes gubernamentales, los datos económicos del mes de mayo.
Se incumplen todos los objetivos de déficit y deuda pública. El número de
parados se acerca a los cuatro millones, a los que hay que sumar los afectados
por los ERTE, que son casi tres millones de trabajadores. Esta situación de
desempleo no hay ingreso mínimo vital que la remedie.
Y, ante este panorama,
¿de qué se ocupan los parlamentarios españoles, de los que habría que excluir a
los que no se consideran españoles, que no sé muy bien qué pintan en las Cortes
de España? Pues de aprobar o rechazar la sexta prórroga de un estado de alarma
que, aparte de conculcar derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos,
ni el Gobierno ni la oposición la enfocan como lo que debería ser, un medio de
combatir la pandemia. No, para Sánchez, es un instrumento con el que seguir
gobernando –es un decir– por decreto ley y demostrar su poder frente a
cualquier crítica de la derecha y de las cada vez más reducidas prensa y televisión
libres. En resumidas cuentas, una resistencia –recordemos el libro de Sánchez–
para prolongar la legislatura y hacer posible la aprobación de los
presupuestos. No olvidemos, para vergüenza de Sánchez y sus aliados, que aún se
atienen a los presupuestos elaborados por Montoro para el gobierno de Rajoy.
Claro que el ministro
Marlaska ha mentido y debe dimitir o ser destituido por Sánchez. Claro que al
vicepresidente Iglesias, cuando acusa a Vox de intentar un golpe de Estado sin
atreverse a darlo, le traiciona el subconsciente y proyecta en otros lo que él
aspira, y ya ha comenzado, a perpetrar. Y cuando el presidente del Gobierno
grita “¡Viva el 8 de marzo!”, intenta camuflar en una falsa defensa del
feminismo lo que en realidad fue una irresponsable exposición de miles de
manifestantes al coronavirus y el comienzo de su funesta gestión de la crisis
del covid-19, en la que ni siquiera sabemos el número de muertes.
Funesta gestión que, más
pronto que tarde, llevará a sus responsables a rendir cuentas ante la Justicia,
si antes no consiguen amedrentar a los jueces, firme baluarte de una democracia
en serio peligro de demolición y que, en su estado actual, es causa de más que
desencanto en no pocos demócratas.
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