Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Sostenía yo en un
artículo publicado en esta Tribuna de El Adelantado el 7 de diciembre de 2019
que “Pedro Sánchez no miente”. Y basaba mi aserto en que el presidente del
Gobierno “no dice o manifiesta lo contrario de lo que sabe, cree o piensa, en
lo que consiste el hecho de mentir según la definición del Diccionario de la
Real Academia Española”.
Hoy, cuando han
transcurrido un poco más de seis meses desde la publicación de la citada
columna, seis meses en los que hemos vivido la más trágica pandemia que hayan
experimentado España y el mundo entero hace siglos, me mantengo en lo
sustancial de mi afirmación de que Pedro Sánchez no es, como se le acusa
reiteradamente, un “mentiroso compulsivo”.
Después de los
inacabables y tediosos mítines con los que Sánchez nos ha torturado los fines
de semana y de sus autocomplacientes intervenciones en el Congreso de los
Diputados para defender la declaración del Estado de Alarma y sus sucesivas
prórrogas, ¿conocemos realmente lo que el presidente “sabe, cree o piensa”?
¿Cuán es su programa de gobierno? ¿Qué opinión le merecen los líderes de otros
partidos políticos o incluso de los dirigentes de su mismo partido?
Es fácil demostrar con
reiteradas manifestaciones de Sánchez que lo que ha dicho o manifestado unas
horas o minutos antes, incluso a veces en una misma afirmación, lo contradice a
renglón seguido sin inmutarse.
Sus solemnes promesas de
convocar elecciones inmediatamente después de ganar la moción de censura contra
Rajoy, o de que destituiría u obligaría a dimitir a cualquier ministro o alto
cargo que plagiara, o de que no se aliaría con Unidas Podemos, porque le
quitaría el sueño que Pablo Iglesias u otros miembros de su partido se sentasen
en el Consejo de Ministros, o de que no dejaría la gobernabilidad de España en
manos de fuerzas independentistas, o de que nunca pactaría con Bildu, o de que
erradicaría de las prácticas de su mandato el enchufismo, se han visto
notoriamente incumplidas sin que al presidente se le altere el gesto.
De tales
incumplimientos, contradicciones e incoherencias está plagada la trayectoria
política de Sánchez. Pero no se trata de mentiras, insisto. Iba a decir que lo
que practica Pedro Sánchez es peor que mentir. No. Faltar a la verdad es, desde
todos los puntos de vista, éticos y humanos, la peor agresión que puede hacerse
a la convivencia y al respeto a aquellos con quienes tratamos y nos
relacionamos.
Pero la falta de
principios de que hace gala Pedro Sánchez es quizá, después de la mentira, la
principal tacha que puede hacerse a una persona y, más aún, a un gobernante.
¿Tanto ha cambiado
Sánchez a mejor desde que el Comité Federal de su propio partido le “defenestró”
un 1 de octubre de 2016?
Hoy los mal llamados
barones y demás dirigentes del PSOE mantienen un ominoso silencio ante las
“líneas rojas” que el presidente ha traspasado una y otra vez. Pero es que el
poder une mucho y crea lazos entre los que se benefician de los favores y las
prebendas que generosamente reparte el que manda a quienes le apoyan.
Si hay algo que ha
quedado meridianamente claro en Sánchez es que lo único que en realidad le
mueve es mantenerse como sea en la Moncloa, aunque para ello tuviera que pactar
con el mismo diablo. Y, en vez de defender su inexistente programa, se ha
convertido en oposición de la oposición.
Frente a la indefinición
del presidente del Gobierno, están los paladinos propósitos del vicepresidente
segundo, Pablo Iglesias. Se proponía “asaltar el cielo” y ya ha empezado a
disfrutar de las delicias celestiales. El secretario general de Unidas Podemos
sí que tiene un programa y lo ha detallado tanto en los estatutos de su partido
como en los acuerdos con Sánchez para entrar en su gobierno.
Mientras que el
socialismo lo pone Sánchez en cuarentena si ello conviene a su meta principal
de seguir siendo presidente, el comunismo bolivariano de Pablo Iglesias queda
patente en sus palabras y en sus hechos. Derrocar la monarquía, sustituir la
débil democracia española por un régimen totalitario, terminar con la
separación de poderes, someter a los jueces, que solo sirven a los intereses de
los ricos y poderosos, socavar las instituciones como las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado que pueden representar un contrapeso a un ejecutivo
omnipresente, nacionalizar la Banca y otras empresas, son fines que Pablo
Iglesias no esconde. El “escudo social”, el “no dejar a nadie atrás”, la subida
del Salario Mínimo Interprofesional, la aprobación del Ingreso Mínimo Vital,
son otros medios de lograr, teniendo a una población subsidiada y dependiente
de los poderes públicos, ese paraíso comunista, donde el esfuerzo y la libertad
individuales quedarán abolidos en aras del Estado opresivo y benefactor.
En todos los regímenes
comunistas, los únicos que han prosperado son sus líderes. Pablo Iglesias ya ha
comenzado la escalada, en nuestra desescalada.
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