14 de junio de 2020

La indefinición de Sánchez y la escalada de Iglesias


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Sostenía yo en un artículo publicado en esta Tribuna de El Adelantado el 7 de diciembre de 2019 que “Pedro Sánchez no miente”. Y basaba mi aserto en que el presidente del Gobierno “no dice o manifiesta lo contrario de lo que sabe, cree o piensa, en lo que consiste el hecho de mentir según la definición del Diccionario de la Real Academia Española”.
Hoy, cuando han transcurrido un poco más de seis meses desde la publicación de la citada columna, seis meses en los que hemos vivido la más trágica pandemia que hayan experimentado España y el mundo entero hace siglos, me mantengo en lo sustancial de mi afirmación de que Pedro Sánchez no es, como se le acusa reiteradamente, un “mentiroso compulsivo”.
Después de los inacabables y tediosos mítines con los que Sánchez nos ha torturado los fines de semana y de sus autocomplacientes intervenciones en el Congreso de los Diputados para defender la declaración del Estado de Alarma y sus sucesivas prórrogas, ¿conocemos realmente lo que el presidente “sabe, cree o piensa”? ¿Cuán es su programa de gobierno? ¿Qué opinión le merecen los líderes de otros partidos políticos o incluso de los dirigentes de su mismo partido?
Es fácil demostrar con reiteradas manifestaciones de Sánchez que lo que ha dicho o manifestado unas horas o minutos antes, incluso a veces en una misma afirmación, lo contradice a renglón seguido sin inmutarse.
Sus solemnes promesas de convocar elecciones inmediatamente después de ganar la moción de censura contra Rajoy, o de que destituiría u obligaría a dimitir a cualquier ministro o alto cargo que plagiara, o de que no se aliaría con Unidas Podemos, porque le quitaría el sueño que Pablo Iglesias u otros miembros de su partido se sentasen en el Consejo de Ministros, o de que no dejaría la gobernabilidad de España en manos de fuerzas independentistas, o de que nunca pactaría con Bildu, o de que erradicaría de las prácticas de su mandato el enchufismo, se han visto notoriamente incumplidas sin que al presidente se le altere el gesto.
De tales incumplimientos, contradicciones e incoherencias está plagada la trayectoria política de Sánchez. Pero no se trata de mentiras, insisto. Iba a decir que lo que practica Pedro Sánchez es peor que mentir. No. Faltar a la verdad es, desde todos los puntos de vista, éticos y humanos, la peor agresión que puede hacerse a la convivencia y al respeto a aquellos con quienes tratamos y nos relacionamos.
Pero la falta de principios de que hace gala Pedro Sánchez es quizá, después de la mentira, la principal tacha que puede hacerse a una persona y, más aún, a un gobernante.
¿Tanto ha cambiado Sánchez a mejor desde que el Comité Federal de su propio partido le “defenestró” un 1 de octubre de 2016?
Hoy los mal llamados barones y demás dirigentes del PSOE mantienen un ominoso silencio ante las “líneas rojas” que el presidente ha traspasado una y otra vez. Pero es que el poder une mucho y crea lazos entre los que se benefician de los favores y las prebendas que generosamente reparte el que manda a quienes le apoyan.
Si hay algo que ha quedado meridianamente claro en Sánchez es que lo único que en realidad le mueve es mantenerse como sea en la Moncloa, aunque para ello tuviera que pactar con el mismo diablo. Y, en vez de defender su inexistente programa, se ha convertido en oposición de la oposición.
Frente a la indefinición del presidente del Gobierno, están los paladinos propósitos del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias. Se proponía “asaltar el cielo” y ya ha empezado a disfrutar de las delicias celestiales. El secretario general de Unidas Podemos sí que tiene un programa y lo ha detallado tanto en los estatutos de su partido como en los acuerdos con Sánchez para entrar en su gobierno.
Mientras que el socialismo lo pone Sánchez en cuarentena si ello conviene a su meta principal de seguir siendo presidente, el comunismo bolivariano de Pablo Iglesias queda patente en sus palabras y en sus hechos. Derrocar la monarquía, sustituir la débil democracia española por un régimen totalitario, terminar con la separación de poderes, someter a los jueces, que solo sirven a los intereses de los ricos y poderosos, socavar las instituciones como las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que pueden representar un contrapeso a un ejecutivo omnipresente, nacionalizar la Banca y otras empresas, son fines que Pablo Iglesias no esconde. El “escudo social”, el “no dejar a nadie atrás”, la subida del Salario Mínimo Interprofesional, la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, son otros medios de lograr, teniendo a una población subsidiada y dependiente de los poderes públicos, ese paraíso comunista, donde el esfuerzo y la libertad individuales quedarán abolidos en aras del Estado opresivo y benefactor.
En todos los regímenes comunistas, los únicos que han prosperado son sus líderes. Pablo Iglesias ya ha comenzado la escalada, en nuestra desescalada.

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