Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Con el confinamiento en
casa al que nos ha abocado el coronavirus, muchas empresas e instituciones han
descubierto el teletrabajo. Los modernos medios informáticos permiten a los
trabajadores realizar las tareas profesionales desde su domicilio particular,
sin necesidad de desplazarse a la sede de su empresa o institución, ahorrándose
tiempo y dinero.
No ha pasado tanto
tiempo desde que el trabajo en casa estaba limitado a las faenas domésticas,
que casi sin excepción recaían injustamente sobre las mujeres, por eso
denominadas “amas de casa”. Esas mujeres, cuando se les preguntaba por su
profesión u oficio, respondían: “Sus labores”.
Mi padre, el periodista
y escritor Francisco Javier Martín Abril, trabajó toda su vida en el despacho
de su domicilio en la calle López Gómez de Valladolid. Sentado ante la máquina
de escribir Remington o Underwood, escribía los artículos que luego, hacia el
mediodía, llevaba en mano al periódico “El Norte de Castilla” o mandaba por
correo al “ABC”, al “Ya”, a “La gaceta del Norte” o a la Agencia Logos. Incluso
en la etapa en que fue director del “Diario Regional” de Valladolid, se las
arregló para cumplir satisfactoriamente con su cometido dedicando varias horas a
la dirección presencial en la sede de dicho periódico. También se trasladaba a
la radio, EAJ 47 Radio Valladolid, a última hora de la tarde para emitir su
cotidiana Croniquilla local.
Dando un salto en el
tiempo, en mi trayectoria profesional en las tres editoriales en las que
trabajé, Guadarrama, Miñón y Santillana, tuve que cumplir un horario en sus
respectivas sedes. Sin embargo, como el sueldo no me llegara para satisfacer
las necesidades de mi familia, por las noches y en los días no laborables hacía
traducciones del francés, del inglés y del alemán, que tecleaba en una máquina
de escribir Olympia. O sea, que trabajaba en casa.
Al jubilarme después de
veinte años en la Editorial Santillana, colaboré con la empresa encargándome de
la edición española del Informe PISA y del Panorama de la educación. Y este
trabajo ya pude realizarlo desde mi domicilio en El Espinar con ayuda del
ordenador y de programas informáticos de proceso de textos.
El ordenador, y en su
tanto el móvil inteligente, que nos ofrece casi iguales prestaciones, a mí me
sirven lo mismo para un roto que para un descosido: enviar un correo
electrónico a un amigo, escribir un artículo y mandarlo a El Adelantado, buscar
en Google las más variadas informaciones, consultar los movimientos de mi
cuenta bancaria o hacer una transferencia, cumplimentar la declaración de la
renta, adquirir productos on line y los billetes del Alvia a Santander en la
página de Renfe, leer diarios digitales...
A menudo me he
preguntado qué hacen trasteando en sus ordenadores trabajadores de los más
variados establecimientos e instituciones: Bancos, comercios de todo tipo,
clínicas y hospitales, despachos de abogados y notarios, oficinas de
ministerios y ayuntamientos…
He dicho al comienzo de
esta columna que, con la reclusión impuesta por el coronavirus, muchas empresas
e instituciones han descubierto el teletrabajo, para el cual no están preparadas,
como tampoco lo están los trabajadores.
Mi hija y su marido
tienen la suerte de poder pasar estas ya semanas de confinamiento trabajando en
casa para sus respectivas empresas y ayudando a sus dos hijos, mis nietos
mellizos de siete años, en las tareas escolares. También estos han podido
realizar sus deberes en contacto no presencial con sus profesoras.
Pues bien, mientras que
mi hija se dedica a la edición de textos escolares para la Editorial
Santillana, mi yerno me explica en qué consiste su trabajo para una
multinacional que lleva a cabo con soportes informáticos asesoría y consultoría
a empresas y profesionales del sector jurídico y legal, y también oferta
soluciones para la Administración Pública (Ayuntamientos, Diputaciones, etc.).
“La única herramienta de trabajo que utilizo es un ordenador (…). Analizo y
cruzo datos de clientes, pedidos y productos para la generación de informes y
campañas de impacto comercial”. Esta breve descripción, mutatis mutandis, puede
aplicarse a muchos de los trabajadores que se sirven del ordenador para llevar
a cabo sus tareas: análisis de datos, preparación de informes y campañas
comerciales…
Y la variedad de
funciones de los departamentos de esta multinacional me ayuda a responder a la
pregunta que yo me formulaba sobre la utilización del ordenador en los más
diversos establecimientos e instituciones: provisión de pagos y cobros, administración
de clientes, marketing, comunicación, realización de pedidos, televenta, elaboración
de contenidos de producto, producción electrónica, producción gráfica, mantenimiento
informático, recursos humanos...
A todo ello habría que
añadir la clásica contabilidad y que muchos comercios, cafeterías y bares
utilizan el ordenador como caja registradora.
A diferencia de las
empresas de mi hija y de mi yerno, otras no están preparadas para que sus
empleados hagan el trabajo en casa. Quizá algún día, gracias al teletrabajo,
desaparezcan o disminuyan los descomunales edificios de oficinas.
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