13 de enero de 2019

Cuando pasen estas fiestas


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Esta expresión la utilizaba mi padre, que a su vez la había heredado del suyo, de mi abuelo, y la usamos mis hermanos y yo como una especie de herencia familiar.
¿Y qué querían decir nuestro abuelo y nuestro padre, y qué queremos decir nosotros sus herederos, con la frase “Cuando pasen estas fiestas”? Pues que haremos algo cuando recuperemos la normalidad, la rutina, alteradas por los cambios que suponen los días festivos. Sobre todo si se acumulan como sucede en diciembre, año tras año, desde el Día de la Constitución hasta la festividad de los Reyes Magos, pasando por la Inmaculada, la Nochebuena, la Navidad y el Año Nuevo.
He estado recorriendo en el calendario los meses del año 2019 y no se da en ninguno tal acumulación de fiestas. Hasta la Semana Santa, que este año cae en fechas más avanzadas que el pasado, del 14 al 21 de abril, solo aparecen destacados en rojo los domingos. El 19 de marzo, festividad de San José, se celebra el Día del Padre, pero es jornada laborable, como también lo es el Día de la Mujer, que se conmemora el viernes 8 de marzo, festividad de San Juan de Dios, sin que se me alcance la relación entre este santo y la mujer.
“Cuando pasen estas fiestas” es una manera de aplazar un propósito, el cumplimiento de una promesa, la reunión con un amigo…, para cuando recuperemos el ritmo más sosegado de los días normales.
Porque los días, aunque todos constan de 24 horas, no son iguales. Y no lo son porque les hemos dado un significado. El tiempo como sucesión, como duración, es neutro. Según los meses y la latitud en que nos encontremos, los días tendrán más o menos horas de luz, pero en sí mismos solo significan periodos de 24 horas, o sea el tiempo que emplea la Tierra en dar una vuelta alrededor de su eje. Somos los hombres los que hemos dotado de especial significación a unos determinados días.
En esta significación sigue predominando el contenido religioso: así el llamado Año Litúrgico se estructura en torno a la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo; en cada día se conmemora a un santo, una advocación de la Virgen María u otras efemérides igualmente vinculadas a la religión.
Las fiestas laicas continúan siendo minoritarias: el 1 de mayo Día del Trabajo y el 6 de diciembre conmemoración de la Constitución Española. A estas dos fiestas señaladas hay que añadir los días dedicados a cada Comunidad o Ciudad Autónoma.
De un tiempo a esta parte se han multiplicado los días en que se dedica una atención singular, por ejemplo, a la madre, al padre, a la mujer, a la infancia, a los maestros y profesores, a los periodistas u otros profesionales, generalmente vinculados a un santo, a la lucha contra el cáncer u otras enfermedades, a los refugiados, a los homosexuales… Al abrir el periódico, apenas aparece un día en el que no se conmemore un acontecimiento o a un colectivo de personas.
En el calendario que manejo para este artículo constan también los equinoccios, que según la definición del Diccionario de la Real Academia Española son la “época en que, por hallarse el Sol sobre el Ecuador, la duración del día y de la noche es la misma en toda la Tierra, lo cual sucede anualmente del 20 al 21 de marzo y del 22 al 23 de septiembre”.
Los trabajadores, empleados, autónomos, las personas sujetas a un horario laboral, los escolares y alumnos, están deseando que lleguen las fiestas, que equivalen a vacaciones. Yo, felizmente jubilado, a menudo estoy deseando que pasen las fiestas. En las reuniones familiares de las Navidades observo con cierta envidia a parientes que conversan con gracia y animación, son ocurrentes. Yo me comparo a mí mismo al abuelo de la película Hechizo de Luna, que en una comida en la que se comentan los líos amorosos de dos hermanos el pobre no se entera de nada.
“Cuando pasen estas fiestas”, en el tranquilo sucederse de los días, espero poder participar más activamente en la cotidiana conversación con las personas que me rodean, intercambio en el que consiste fundamentalmente la armoniosa convivencia.
¿Y cuando pase esta fiesta que es la vida? Mi amigo, el gran escritor, articulista y autor teatral Germán Ubillos, está preparando un ensayo sobre el tiempo. De lo que será un libro nos va ofreciendo en varias publicaciones diarias algunos adelantos. En el último, aparecido en El Imparcial, titulado El tiempo más allá de la muerte: su gestión, escribe: “Más allá de la muerte nuestro cuerpo hecho de materia se descompone y corrompe, aparentemente desaparecemos, pero no es así. En ese instante, el más importante junto con el de nuestro nacimiento, ya no medimos nuestro tiempo, cronológicamente el tiempo comienza a evaluarse ‘fuera de la materia’, es en el seno de la energía (que no el vacío) donde comienza a computar ese nuevo tiempo y es precisamente la energía inefable, inexpresable, incomprensible, innombrable, la que desde ese mismo instante ya está corrigiendo nuestros errores y equivocaciones…”
El tiempo, que en esta vida es principalmente espera –esto lo añado yo–, se convierte así en esperanza después de la muerte.

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