21 de octubre de 2018

Carne de cuento


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Conocí a la escritora Angelina Lamelas en un recital poético en el Real Club de la Amistad de Córdoba el 14 de abril de 2016. Para entonces Angelina ya tenía en su haber una nutrida obra literaria, repartida en artículos de prensa, relatos y poemas, que yo por aquella fecha no había leído.
Quiso el azar que, en sus iniciales colaboraciones en el diario “Ya”, Angelina hubiera compartido página con mi padre, articulista y poeta ya consagrado, Francisco Javier Martín Abril, coincidencia de la que ella se gloriaba.
Como yo me enorgullezco de que Angelina Lamelas me pidiera escribir el prólogo para su libro de relatos titulado Carne de cuento, que acaba de publicar la editorial cántabra Valnera. Para estas calendas ya he leído la mayor parte de la obra editada de Angelina Lamelas, sus artículos recogidos en el volumen Lo que vivimos, sus Cuentos de la vida casi entera y sus poemarios Recital de lluvia y El arco del violín, amén de sus siete incursiones en la literatura infantil, la última de las cuales Aquel niño austriaco, aparecida este mismo año, lleva camino de emular las diez ediciones del primer libro de Angelina para niños Dika mete la pata.
El gran periodista Guillermo Balbona, avezado en las más diversas lides culturales, encabezaba el pasado domingo 14 de octubre en “El Diario Montañés” su espléndida crónica con el siguiente titular: “Angelina Lamelas recrea su idilio con el relato en su libro Carne de cuento”. Certera forma de calificar la entrega de esta escritora santanderina al género cuentístico como una relación amorosa, sí, como un idilio, en el que ambos amantes se compenetran, la autora plasmando en el cuento su vida “casi entera”, y el cuento brindando a la autora el cauce en el que desarrollar su arte narrativo.
Porque Angelina ha dejado el artículo periodístico para centrarse en el cuento –aunque, según ella, artículo y cuento son primos hermanos– y sin abandonar la poesía. En esta última entrega de relatos Carne de cuento Angelina raya en la perfección. Lo afirmo en el Prólogo y lo reitero aquí.
Angelina continúa escribiendo poemas, pero además es que sus cuentos rezuman poesía en múltiples registros. Más aún, remedando a Bécquer en gloriosa rima, yo diría que “poesía eres tú”, Angelina, enamorada del mar, de la playa y de la montaña de Cantabria.
Y ¿qué cuenta Angelina en sus cuentos? Pues, fundamentalmente, su propia vida, sus vivencias, encuentros, viajes, y la vida de quienes la rodean. Vidas en las que la realidad se funde con la inventiva y la fantasía. Así Carne de cuento narra de mano maestra lo que le pasa, sus recuerdos docentes en Francia e Inglaterra con 19 y 21 años, sus experiencias itinerantes –ella se ufana de haber visitado 35 países–, pequeñas anécdotas familiares, cotidianas, que su arte eleva a categorías. Siempre sugiriendo más de lo que expresamente refiere. Los relatos de Carne de cuento han ido ciñéndose a un desarrollo cada vez más reducido, más quintaesencia: la mayoría de ellos no sobrepasan las dos páginas impresas del libro.
Ya lo digo en el Prólogo: “Precede a los relatos propiamente dichos de Carne de cuento una detallada introducción, un esclarecedor ensayo sobre ‘Cómo nace un cuento’, en el que Angelina Lamelas no solo explica cómo a ella le nace un cuento, cómo lo sueña y se lo cuenta antes a sí misma, sino que además ofrece pautas y consejos a quienes se enfrentan al misterioso proceso de alumbrar a esas criaturas vivas que son los cuentos”.
Y la propia autora da la razón de por qué Carne de cuento: “Porque la vida es siempre carne de cuento, la propia y la ajena, lo que traemos y llevamos: las ensoñaciones, lo que perdimos en los viajes, como la cabeza en Petra, la chaqueta en Nazaret, un abrigo protector en Rusia, la elegancia en la ópera de Praga, casi la vida en Osaka… Surgen tiburones, costumbres que cambian, el encuentro con un francés en Mallorca y un mendigo en París”.
Un paseante inglés de Exeter puso en la ordenada vida de estudiante de Angelina un punto de misterio. Un traductor polaco con el que coincidió en la parada de autobús de La Magdalena le dejó una sensación de armonía universal.
Si no puedo por menos de resaltar el amor con que Angelina trata a sus personajes, trasunto del amor a su familia y a sus amigos, un último apunte me obliga a no olvidar el humor que campa a sus anchas en relatos como “Aquel paraguas”, “El viaje a Cádiz”, “Taranga o Los bombones de Castelar” y “No me quieras tanto”.
Siguen a los cuentos en los que Angelina es única autora, otros escritos a la limón con su admirado maestro Medardo Fraile, en los que desfilan algunas de las mujeres que pueblan los relatos de Medardo, y ella se erige en coautora, comentando y ampliando la narración.
En suma, unos cuentos, como dijo en su día el propio Medardo Fraile, “escritos con una belleza deslumbrante al alcance de todos, con humor, soberana gracia, precisión ejemplar, originalidad gozosa, y andan con paso de pies de ángel”.

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