14 de octubre de 2018

Amistades compartidas


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Solo la conocía por una foto en la que aparece de pie, agarrada al poste que sostiene el letrero: “Jardines de MEDARDO FRAILE”.
En la foto viste un abrigo oscuro que deja ver por debajo unos pantalones vaqueros.
Pero, más que por la foto, me era familiar por lo mucho que me había hablado de ella mi querida amiga Angelina Lamelas.
La admiración que Angelina tuvo desde muy joven al escritor Medardo Fraile cristalizó en una íntima amistad, que englobó a Janet, la esposa escocesa de Medardo, y a su hija Andrea.
Porque la joven mujer de la foto es, sí, hija del indiscutido maestro del cuento literario Medardo Fraile.
Cuando él ya se había labrado un puesto de honor en el arte de narrar, Angelina Lamelas daba los primeros pasos en una vocación que tuvo clara desde niña, y no obstante esa diferencia, ambos ganaron ex aequo en 1971 el prestigioso premio Hucha de Oro de cuentos, que supuso para Angelina un decisivo impulso en su carrera literaria y comenzó a anudar sus lazos amicales con Medardo, extendidos después a Janet y Andrea.
Andrea entra con paso airoso y una amplia sonrisa en la cafetería de la madrileña calle Clara del Rey, donde hemos quedado con ella Angelina y yo. Lleva un niqui rosa que resalta discretamente su figura femenina y una falda larga de varios colores.
Me detengo en su atuendo, nada de particular en una hermosa mujer en lo mejor de la edad, porque Andrea es monja y acostumbra a ir con el hábito de su congregación, Evangelio de la Vida.
Andrea no siguió los pasos profesionales de su padre, estudió Filosofía en la Universidad de Glasgow, donde reside, y después de especializarse en edición de libros, trabajó durante un breve tiempo en una pequeña editorial de Edimburgo.
Para extrañeza de quienes se piensan que el correo electrónico y el ordenador como herramienta de trabajo en la edición han existido desde antiguo, Andrea cuenta que fue en ese empleo cuando por primera vez tuvo contacto con esos recursos tecnológicos.
Yo, que soy mucho mayor que Andrea, desde que con 15 años en el colegio de San José de Valladolid me hice cargo de la revista “Vallisoletana”, que se componía con tipos móviles, la ajustaba el regente de la imprenta y se imprimía en tipografía, he asistido a la extraordinaria evolución de las artes gráficas, al gran avance que supusieron la linotipia, la rotativa, la impresión en offset y huecograbado, hasta llegar a la edición por medios digitales.
Por sus estudios de Filosofía y su primer trabajo editorial, me siento cercano a Andrea, y la conversación fluye entre nosotros como si nos conociéramos de toda la vida, lo cual, habida cuenta de lo que de ella me ha contado Angelina, no dista mucho de ser verdad.
Por Angelina ya sabía yo de la abnegada labor que las monjas de su congregación llevan a cabo con las jóvenes solteras que se quedan embarazadas y a las que ayudan a tener sus hijos, evitando la traumática experiencia del aborto. A ciertas feministas extremadas esta asistencia les parecerá una intromisión en la libertad de las personas. Pero no es tal cuando quienes buscan semejante ayuda se encuentran desamparadas y, una vez superado el trance, no sienten sino agradecimiento a las religiosas que las acompañaron en momentos cruciales.
Bromea Andrea con que sus pocos conocimientos de medicina se los debe a Google, pero, como he dicho, se licenció en Filosofía. Y dado que el saber filosófico linda a menudo con la teología y la religión, Andrea da charlas sobre el pecado original y los sacramentos, por poner dos ejemplos que retengo de nuestro encuentro, charlas a las que asisten cientos de oyentes, muchos de ellos jóvenes.
Porque Andrea, sí, fue joven y sigue siéndolo. Y no se arrepiente de su dedicación a madres solteras o en dificultades.
Le preguntamos a Andrea por Janet, su madre, y nos da la buena noticia de que en su enfermedad conserva la mente lúcida y, a través de Andrea, nos manda a Angelina y a mí sus más cariñosos recuerdos.
No conozco a Janet, como no conocía a Andrea, ni conocí a Medardo. Pero Angelina, con quien comparto hoy mi vida, comparte conmigo sus numerosos amigos, entre los que ocupan un puesto preeminente Medardo, Janet y Andrea. A los tres ya los quiero.
Coincidiendo con la visita de Andrea, estoy leyendo los Cuentos completos de Medardo Fraile, en edición de Ángel Zapata. Está mejor visto decir “releyendo”, pero faltaría a la verdad. La dedicatoria al comienzo del volumen reza así:
“A Manuela Ruiz Cobo, Medardo Fraile García y Lola Vázquez Briz in memoriam.
Y a todos los días de mi vida que son Janet y Andrea.”


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