Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Solo
la conocía por una foto en la que aparece de pie, agarrada al poste que
sostiene el letrero: “Jardines de MEDARDO FRAILE”.
En la
foto viste un abrigo oscuro que deja ver por debajo unos pantalones vaqueros.
Pero,
más que por la foto, me era familiar por lo mucho que me había hablado de ella
mi querida amiga Angelina Lamelas.
La
admiración que Angelina tuvo desde muy joven al escritor Medardo Fraile
cristalizó en una íntima amistad, que englobó a Janet, la esposa escocesa de
Medardo, y a su hija Andrea.
Porque
la joven mujer de la foto es, sí, hija del indiscutido maestro del cuento
literario Medardo Fraile.
Cuando
él ya se había labrado un puesto de honor en el arte de narrar, Angelina
Lamelas daba los primeros pasos en una vocación que tuvo clara desde niña, y no
obstante esa diferencia, ambos ganaron ex aequo en 1971 el prestigioso premio
Hucha de Oro de cuentos, que supuso para Angelina un decisivo impulso en su
carrera literaria y comenzó a anudar sus lazos amicales con Medardo, extendidos
después a Janet y Andrea.
Andrea
entra con paso airoso y una amplia sonrisa en la cafetería de la madrileña
calle Clara del Rey, donde hemos quedado con ella Angelina y yo. Lleva un niqui
rosa que resalta discretamente su figura femenina y una falda larga de varios
colores.
Me
detengo en su atuendo, nada de particular en una hermosa mujer en lo mejor de
la edad, porque Andrea es monja y acostumbra a ir con el hábito de su
congregación, Evangelio de la Vida.
Andrea
no siguió los pasos profesionales de su padre, estudió Filosofía en la
Universidad de Glasgow, donde reside, y después de especializarse en edición de
libros, trabajó durante un breve tiempo en una pequeña editorial de Edimburgo.
Para
extrañeza de quienes se piensan que el correo electrónico y el ordenador como
herramienta de trabajo en la edición han existido desde antiguo, Andrea cuenta
que fue en ese empleo cuando por primera vez tuvo contacto con esos recursos
tecnológicos.
Yo,
que soy mucho mayor que Andrea, desde que con 15 años en el colegio de San José
de Valladolid me hice cargo de la revista “Vallisoletana”, que se componía con
tipos móviles, la ajustaba el regente de la imprenta y se imprimía en
tipografía, he asistido a la extraordinaria evolución de las artes gráficas, al
gran avance que supusieron la linotipia, la rotativa, la impresión en offset y
huecograbado, hasta llegar a la edición por medios digitales.
Por
sus estudios de Filosofía y su primer trabajo editorial, me siento cercano a
Andrea, y la conversación fluye entre nosotros como si nos conociéramos de toda
la vida, lo cual, habida cuenta de lo que de ella me ha contado Angelina, no
dista mucho de ser verdad.
Por
Angelina ya sabía yo de la abnegada labor que las monjas de su congregación
llevan a cabo con las jóvenes solteras que se quedan embarazadas y a las que
ayudan a tener sus hijos, evitando la traumática experiencia del aborto. A
ciertas feministas extremadas esta asistencia les parecerá una intromisión en
la libertad de las personas. Pero no es tal cuando quienes buscan semejante
ayuda se encuentran desamparadas y, una vez superado el trance, no sienten sino
agradecimiento a las religiosas que las acompañaron en momentos cruciales.
Bromea
Andrea con que sus pocos conocimientos de medicina se los debe a Google, pero,
como he dicho, se licenció en Filosofía. Y dado que el saber filosófico linda a
menudo con la teología y la religión, Andrea da charlas sobre el pecado
original y los sacramentos, por poner dos ejemplos que retengo de nuestro
encuentro, charlas a las que asisten cientos de oyentes, muchos de ellos
jóvenes.
Porque
Andrea, sí, fue joven y sigue siéndolo. Y no se arrepiente de su dedicación a
madres solteras o en dificultades.
Le
preguntamos a Andrea por Janet, su madre, y nos da la buena noticia de que en
su enfermedad conserva la mente lúcida y, a través de Andrea, nos manda a
Angelina y a mí sus más cariñosos recuerdos.
No
conozco a Janet, como no conocía a Andrea, ni conocí a Medardo. Pero Angelina,
con quien comparto hoy mi vida, comparte conmigo sus numerosos amigos, entre
los que ocupan un puesto preeminente Medardo, Janet y Andrea. A los tres ya los
quiero.
Coincidiendo
con la visita de Andrea, estoy leyendo los Cuentos
completos de Medardo Fraile, en edición de Ángel Zapata. Está mejor visto
decir “releyendo”, pero faltaría a la verdad. La dedicatoria al comienzo del
volumen reza así:
“A
Manuela Ruiz Cobo, Medardo Fraile García y Lola Vázquez Briz in memoriam.
Y a
todos los días de mi vida que son Janet y Andrea.”
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