Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Creía yo que éramos
una especie en riesgo de extinción los aficionados a hacer crucigramas.
Hacerlos, puntualizo, en el sentido de resolverlos, no de crearlos, lo que
siempre me ha parecido de una dificultad supina.
Pues estaba muy
equivocado. Pregunto en diferentes quioscos si siguen vendiendo cuadernillos
con pasatiempos del tipo de las palabras cruzadas, y me aseguran que tales
publicaciones en papel tienen una venta considerable, sin llegar a los millones
de ejemplares que, según me informan distintas fuentes, encuentran consumidores
en Estados Unidos.
Lo cual tiene su
mérito, habida cuenta de que raro es el diario o la revista que no incluya en
sus páginas una sección de pasatiempos, entre los que figuran, junto al
inevitable y más reciente sudoku, los clásicos crucigramas y autodefinidos. El
Adelantado de Segovia no es una excepción en esta regla generalizada.
O sea que las
palabras cruzadas de toda la vida han aguantado el tipo frente a la invasión de
los juegos digitales.
Veo en imágenes color
sepia a mi madre y a mi suegra entregadas a la absorbente tarea de rellenar los
recuadros de crucigramas elaborados por Ocón de Oro.
Médicos y educadores
insisten en el valor que estos pasatiempos encierran para mantener despierta
nuestra mente, ejercitar la memoria y atajar el Alzheimer, a la vez que
enriquecen nuestro vocabulario, pobre sobre todo en los jóvenes.
La habitación de mi
hijo Guillermo, adolescente entonces, en nuestro chalet de El Espinar, daba al
jardín de tres hermanas mayores, con las que nos unía algún parentesco y, sobre
todo, una gran amistad. Contaba Guillermo cómo la más joven de las tres hacía a
las otras dos preguntas del tipo “¿Con quién se casó fulano?”, o “¿Cuántos
hijos tuvo menganita?”, o “¿Cómo se llama la cuñada de zutano?”. Y la
interrogadora apostillaba con “Muy bien” o “Muy mal” las respuestas. Sí, era
una forma de activar las neuronas, que con los años pierden reflejos y
conexiones.
Una variedad de los
pasatiempos con palabras que a mí me gustaba especialmente eran los
damerogramas o dameros, apodados “malditos” por la, además de autora de los
mismos, insigne actriz, Conchita Montes. Al resolverlos, se formaba una frase
de un literato u otro personaje famoso además de su nombre. Quiero recordar
que, en otros casos, el resultado era un texto de la Constitución Española de
1978, junto con el artículo al que pertenecía.
Los inventores de
crucigramas –no los llamo crucigramistas, pues así se denominan también los que
los resolvemos– suelen utilizar, además de palabras de uso común, de mayor o
menor dificultad, otras que yo solo he hallado en esta clase de pasatiempos.
Los ejemplos son muy numerosos.
¿Han leído ustedes en
algún escrito u oído a alguien utilizar el verbo “iterar” con el significado de
repetir? “Reiterar”, de la misma raíz, sí es más usado.
La definición de
“Extremo inferior y más grueso de la entena” hoy sé que corresponde al vocablo
“car”, pero tuve que consultar el diccionario para averiguar que “entena”
–¡ojo, no antena!– es la verga de las velas latinas.
Cuando en la
Editorial Santillana estábamos preparando el Diccionario Esencial, con el
asesoramiento del académico de la Lengua Gregorio Salvador, este juzgó que no
debía incluirse en este léxico destinado a jóvenes estudiantes el término
“tas”. Yo le pregunté a don Gregorio si hacía crucigramas, a lo que me contestó
que no. Cualquier crucigramista con alguna experiencia sabe que tal vocablo
significa “Yunque pequeño de platero”.
La voz “isa”, canción
y baile típicos de Canarias, me temo que no la conozcan muchos españoles de
fuera de las Islas Afortunadas, si no son adictos a los crucigramas.
Inane, ido, leso,
lar, Ra, ros, ca, uro, ucase, son otras tantas palabras, más o menos cultas,
favoritas –dicho sea sin ningún ánimo de crítica– de los autores de
crucigramas. A los que, desde estas líneas, quiero expresar mi admiración y
sincero agradecimiento.
Porque los
crucigramas, a diferencia de las bicicletas, no son solo para el verano, sino
para cualquier época del año.
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