Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
El Diccionario Oxford
declaró el término post-truth palabra
del año 2016, en el contexto del referéndum británico sobre la permanencia del
Reino Unido en la Unión Europea o la ruptura con la misma, y de las elecciones
presidenciales en Estados Unidos.
El propio Diccionario
Oxford define post-truth, cuya
traducción al español puede ser perfectamente “posverdad”, como “lo relativo a
las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la opinión
pública que las emociones y las creencias personales”.
Según Oxford, el
término fue usado por primera vez en un artículo de Steve Tesich que apareció
en 1992 en la revista The Nation, en
el que, a propósito de la Primera Guerra del Golfo, Tesich se lamentaba de que
“nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en
una especie de mundo de la posverdad”, o sea en un mundo en el que la verdad,
la realidad, ya no importa.
El prefijo post- compone en español muchos
derivados en los que añade el significado de “detrás” o “después de”. La Real
Academia recomienda la forma simplificada pos-,
por la dificultad de pronunciar la t
cuando va seguida de otra consonante: posgrado, posdata, posindustrial. Solo en
los casos en que este prefijo se une a palabras que comienzan por s se aconseja conservar la t: postsocialismo, postsurrealismo.
Además, de acuerdo
con la norma académica, los prefijos se escriben unidos a la palabra que
acompañan, sin necesidad de guión intermedio.
Pero vayamos al
significado de posverdad. Con este vocablo se indica no solo que algo es
posterior en el tiempo a la verdad, sino que de algún modo esta es superada o
deja de ser relevante.
En el mundo de la
comunicación, la posverdad se refiere a aquella información o aseveración que
deja de basarse en hechos objetivos y apela a las emociones, a las creencias o
a los deseos del público.
De ahí que la
posverdad aluda a un pensamiento muy querido de los populismos y los
nacionalismos de todo tipo.
En distintos momentos
de la historia de la filosofía se han dado actitudes propias del subjetivismo
idealista que afirman que la existencia de la realidad se reduce a las
percepciones y formas de pensamiento del sujeto, y que no es independiente de
ellas. “Esse es percipi”, “Ser es ser percibido”, sostenía en el siglo XVIII el
filósofo irlandés George Berkeley.
¿Por qué la realidad
ha de arruinar al político una construcción ideológica, una manera de influir
en los ciudadanos, en el pueblo, en el que reside para los sistemas
democráticos la soberanía? De ahí a la ficción o a la mentira como forma de
actuación política no hay más que un paso.
Sin embargo, los
hechos son a menudo tozudos y acaban por demoler las visiones basadas en las
emociones o los deseos de los individuos.
¿No están ya muchos
británicos arrepintiéndose de haber votado el brexit?
Las destituciones y
los abandonos de políticos catalanes menos fervorosos con el proceso
secesionista promovido por el gobierno de la Generalidad hablan a las claras de
que la identidad como nación diferente al resto de las comunidades autónomas de
España pesa menos que las consecuencias negativas que en todos los órdenes se
seguirían de consumarse la desconexión y la independencia de Cataluña, muy en
especial las que afectan al bolsillo, al patrimonio económico del sujeto.
Pintar con tintes
sombríos la realidad social, educativa, sanitaria, económica de España, como
hacen los populistas de una izquierda radical, prometiendo si ellos llegan al
cielo del poder un paraíso en la tierra, no se compagina bien con las muchas
bondades de que disfrutamos hoy día los españoles.
Si no, que se lo
pregunten a los miles de inmigrantes que se juegan la vida en frágiles pateras
por arribar a nuestras costas y ser admitidos en nuestra, desde luego
mejorable, pero incomparablemente mejor que la de sus países de procedencia,
sociedad del bienestar.
En registro de humor,
y en el contexto de la reciente comparecencia como testigo del presidente Rajoy
en la Audiencia Nacional, mi colega articulista en la última página de ABC
Ignacio Ruiz-Quintano afirmaba que la pregunta del tribunal a Rajoy debería
haber sido: “¿Jura usted decir la posverdad, toda la posverdad y nada más que
la posverdad?”.
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