Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Se
me ha ocurrido pensar si podría yo cambiar de vida. Si sería capaz de alterar
la rutina diaria.
Expertos
en el sueño aconsejan mantener un cierto horario para acostarse y levantarse.
Yo procuro hacerlo, aunque con flexibilidad y dependiendo de los imponderables
del insomnio.
El
ritual de un poco de gimnasia, del afeitado, de la ducha y del desayuno sigue
unas pautas fijas.
Después
voy a la compra diaria. No me convence comprar para toda la semana o para
varios días, pues el pan y el periódico han de ser del día en curso. Familiares
cercanos nos reprochan tener el frigorífico poco abastecido, de la Unión
Soviética…
Leer
el periódico y hacer el sudoku y los crucigramas me ocupa buena parte de la
mañana. Luego hay que preparar la comida, cuando me toca, pues nos turnamos mi
mujer y yo. O nos vamos a comer a alguna de las cafeterías cercanas.
Llamo
“la cabezada” a descabezar un breve sueño reclinado en el sofá. Le sigue el
cine de sobremesa, si dan en la tele alguna película que merezca la pena.
Como
todos los médicos nos recomiendan andar, pues a media tarde salimos a dar un
paseo y a merendar: mi mujer es una señora que merienda y yo la acompaño.
“Pasapalabra”
y el informativo de las 9:00 preceden a la cena. Y la sigue sesión de lectura o
escritura.
Claro
que estas pautas se ven reemplazadas por otras cuando hacemos vida social,
asistimos a presentaciones de libros, vamos a El Espinar a ver a mis nietos, a
participar en la tertulia “El libro del mes”, a celebrar algún cumpleaños…
Cuando
me preguntaba al comienzo de este blog si sería capaz de cambiar de vida
pensaba en dedicarme a hacer algo en serio por el prójimo. ¡Qué sé yo! Cuando
oigo los llamamientos de Jesús en el evangelio de los domingos, pienso que voy
a presentarme con las manos vacías en el día del juicio, cuando me examinen en
el amor.
A
estas alturas de la vida, busco disculpas para no hacer ningún cambio radical.
Incluso recurro al principio teológico de que la salvación se nos dará por la
gracia de Dios y por la redención de Jesucristo, no por nuestras buenas obras.
¿Me
valdrá la dedicación a los más próximos, a los cercanos? No sé. Excusas de mal
pagador.
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