Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Se solía aconsejar a quienes
se jubilaban que desarrollaran alguna actividad para que el tránsito del
trabajo al ocio obligado no fuera traumático.
Este consejo de mantenerse
activas las personas mayores sigue contando con muchos defensores, que ponderan
los beneficios que el ejercicio físico y psíquico proporciona a la salud y frena el envejecimiento.
Nos hemos educado en una
sociedad que valora el aprovechamiento del tiempo y menosprecia toda forma de
vagancia. Se nos inculca desde temprana edad que sin esfuerzo y laboriosidad no
se consigue nada de provecho en la vida.
Una de las principales
consecuencias de esta filosofía de la actividad es que nuestra mente en raras
ocasiones deja de estar ocupada por pensamientos, ideas, proyectos, preocupaciones…
Incluso en los tiempos de
vacaciones dedicados oficialmente al descanso, al ocio, no sabemos
desengancharnos del todo de ese trajín mental.
Se me ocurren estas
reflexiones al haber leído recientemente unos llamativos escritos en los que
cualificados médicos, psicólogos, psiquiatras y sociólogos defienden las
ventajas que para el cerebro comporta dedicar un tiempo a no hacer nada.
Les recomiendo un documentado
artículo del periodista Sergio Lozano en La
Vanguardia del 18 de junio de2019, que a día de hoy todavía puede leerse en
internet, con el título de “Los beneficios de holgazanear. Si quieres ser
productivo ‘nadea’: dedica tiempo a no hacer nada”.
Y es que, como comenta
Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la
Ansiedad y el Estrés, “nuestro cerebro necesita alimento, glucosa, oxígeno y
también descanso”.
Cita Sergio Lozano el libro
del ingeniero y científico Andrew J. Smart El
arte y la ciencia de no hacer nada, en el que pone como ejemplos de las
ventajas que la relajación mental proporciona a la creatividad a pensadores
como Descartes y Newton, que lograron sus principales descubrimientos (los ejes
X e Y en matemáticas el filósofo francés y la ley de la gravedad el físico
inglés) mientras estaban holgazaneando.
He defendido siempre una
moderada actividad, como pueden ser la lectura, la escritura y el escuchar
música. Pero observo que, incluso en estas gratas ocupaciones, a menudo la mente
no desconecta del todo.
En mi rutinario quehacer
cotidiano, en el que comparto con mi mujer las tareas domésticas, apenas
encuentro tiempo para ese no hacer nada que nos recomienda Andrew J. Smart.
Siempre hay alguna faena que reclama mi atención: estirar la ropa de la cama,
hacer la compra, regar las plantas, limpiar el polvo, poner el lavavajillas o
la lavadora (¿a qué hora para que la factura de la luz no se nos dispare?),
preparar la comida…
Miro a través de la ventana
del cuarto de estar de mi casa de El Espinar y contemplo el pinar del monte de
Peña la Casa y el más agreste de Cueva Valiente, coronados por un cielo azul,
salpicado de algunas nubes blancas de algodón…
Sí, es hermoso mirar sin
hacer nada, sin pensar en nada, dejándose llevar de la belleza y de la paz del silencio
interior y exterior.
Ya lo descubrieron hace tiempo
los italianos con su “dolce far niente”, ese dulce y gratificante no hacer
nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario