13 de junio de 2021

No hacer nada

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Se solía aconsejar a quienes se jubilaban que desarrollaran alguna actividad para que el tránsito del trabajo al ocio obligado no fuera traumático.

Este consejo de mantenerse activas las personas mayores sigue contando con muchos defensores, que ponderan los beneficios que el ejercicio físico y psíquico proporciona a la salud y frena el envejecimiento.

Nos hemos educado en una sociedad que valora el aprovechamiento del tiempo y menosprecia toda forma de vagancia. Se nos inculca desde temprana edad que sin esfuerzo y laboriosidad no se consigue nada de provecho en la vida.

Una de las principales consecuencias de esta filosofía de la actividad es que nuestra mente en raras ocasiones deja de estar ocupada por pensamientos, ideas, proyectos, preocupaciones…

Incluso en los tiempos de vacaciones dedicados oficialmente al descanso, al ocio, no sabemos desengancharnos del todo de ese trajín mental.

Se me ocurren estas reflexiones al haber leído recientemente unos llamativos escritos en los que cualificados médicos, psicólogos, psiquiatras y sociólogos defienden las ventajas que para el cerebro comporta dedicar un tiempo a no hacer nada.

Les recomiendo un documentado artículo del periodista Sergio Lozano en La Vanguardia del 18 de junio de2019, que a día de hoy todavía puede leerse en internet, con el título de “Los beneficios de holgazanear. Si quieres ser productivo ‘nadea’: dedica tiempo a no hacer nada”.

Y es que, como comenta Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, “nuestro cerebro necesita alimento, glucosa, oxígeno y también descanso”.

Cita Sergio Lozano el libro del ingeniero y científico Andrew J. Smart El arte y la ciencia de no hacer nada, en el que pone como ejemplos de las ventajas que la relajación mental proporciona a la creatividad a pensadores como Descartes y Newton, que lograron sus principales descubrimientos (los ejes X e Y en matemáticas el filósofo francés y la ley de la gravedad el físico inglés) mientras estaban holgazaneando.

He defendido siempre una moderada actividad, como pueden ser la lectura, la escritura y el escuchar música. Pero observo que, incluso en estas gratas ocupaciones, a menudo la mente no desconecta del todo.

En mi rutinario quehacer cotidiano, en el que comparto con mi mujer las tareas domésticas, apenas encuentro tiempo para ese no hacer nada que nos recomienda Andrew J. Smart. Siempre hay alguna faena que reclama mi atención: estirar la ropa de la cama, hacer la compra, regar las plantas, limpiar el polvo, poner el lavavajillas o la lavadora (¿a qué hora para que la factura de la luz no se nos dispare?), preparar la comida…

Miro a través de la ventana del cuarto de estar de mi casa de El Espinar y contemplo el pinar del monte de Peña la Casa y el más agreste de Cueva Valiente, coronados por un cielo azul, salpicado de algunas nubes blancas de algodón…

Sí, es hermoso mirar sin hacer nada, sin pensar en nada, dejándose llevar de la belleza y de la paz del silencio interior y exterior.

Ya lo descubrieron hace tiempo los italianos con su “dolce far niente”, ese dulce y gratificante no hacer nada.

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