12 de febrero de 2021

Noria y evasión

 

Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

Me resisto a encender la televisión y enterarme de las últimas noticias sobre la evolución de la pandemia. Que inevitablemente van a informar de datos que no ofrecen una perspectiva de vencer la covid-19. Como si una especie de maldición o plaga bíblica pesara sobre nosotros, los pobres mortales. Todos los informativos se ocupan del aumento imparable, o muy ligera disminución, del número de contagios, o de hospitalizaciones, o de muertes a causa del coronavirus u otras nuevas cepas. Y los ilustran con gráficos y con curvas que no hay modo de doblegar, por si las simples cifras no fuesen suficientes para llevar a nuestro ánimo la magnitud e inexorabilidad de la tragedia.

Me viene a la imaginación la imagen –valga la redundancia– de la noria en la que el sufrido burro o la sufrida mula, con los ojos vendados, daba vueltas y más vueltas para sacar agua del pozo y llevarla a los cangilones, mientras “La tarde caía / triste y polvorienta” –Antonio Machado dixit–.

Con la diferencia de que ni los reporteros, ni los políticos, ni los epidemiólogos, ni los sanitarios, ni nosotros mismos, somos ya capaces de sacar agua del pozo insondable en el que estamos sumidos, en esta tarde interminable, tristísima y polvorienta.

Sí, volveré a escuchar las noticias, volveré a tratar yo también del tema monocorde y aportar algún conato de solución, pero hoy permítanme apagar el televisor y evadirme en alas de la música o de un libro amigo.

Daba yo las gracias, hace algunas semanas en esta misma Tribuna, a Chopin, con cuyos Nocturnos campé por días pasados felices en que mi vida, nuestra vida, no estaba atenazada por una virulencia desconocida.

Me llama por teléfono Inés Cárdenas, una vieja amiga, como viejo soy yo, pero ella con el espíritu inmarcesiblemente joven. Suelen Inés y su marido José Antonio Matute salir a pasear por el cercano a su casa parque del Retiro o por el algo menos cercano Jardín Botánico. Evasión gozosa que los destrozos causados por Filomena están impidiendo.

–Sabes, Alberto, mientras mi mente me lo permita, cierro los ojos y me veo paseando por el camino de Santa Quiteria, por el de Las Lanchas, cerca de nuestra casa del Cabezuelo, por las Barrancas, por el Refugio, por la senda de la Dehesa…

Yo aún contemplo desde la ventana del cuarto de estar de mi casa de El Espinar la casa del Cabezuelo, que fue de los Cárdenas, y se me antoja divisar a Inés, que vuelve al atardecer con su pelo rubio recogido.

Y desde el confinamiento en que me hallo en el madrileño Parque de las Avenidas, me evado a los prados, senderos y pinares espinariegos, acompañando a Inés, que fue novia de mi hermano mayor Javier y a la que los que éramos un poco más pequeños admirábamos como imagen dorada de nuestros sueños estivales.

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