6 de septiembre de 2020

La historia

 Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

Decíamos ayer… Bueno, decía yo en mi artículo de esta sección hace dos semanas que no tenemos otra cosa que el presente, que el pasado ya no es, y que el futuro no sabemos cómo será, incluso si llegará a ser.

En mi artículo de la semana pasada me ocupé de matizar tan tajante afirmación, describiendo el papel que desempeña el pasado en la vida de los individuos.

Hoy me propongo hablar de la significación del pasado en la vida colectiva de los pueblos. O sea de la historia, entendida domo el conjunto de los hechos que han ocurrido y de los personajes que han vivido en el tiempo hasta el día de hoy. Esos hechos y esos personajes configuran, en un determinado espacio geográfico, junto a características como el clima, la vegetación, el relieve entre otros factores, el carácter y la forma de vida de un pueblo.

Y ello es así, como en el caso de los individuos, aunque dicho pueblo y sus integrantes desconozcan o hayan olvidado tales acontecimientos y personajes.

He estado rememorando, en un ejercicio de sencilla anamnesis sinóptica, algunos de los hitos a mi entender más significativos que jalonan la historia de nuestro pueblo, que para mí sigue siendo y llamándose España.

Es muy triste que, desde el poder de un determinado Gobierno, en este caso el del entonces presidente Rodríguez Zapatero, se intente imponernos una Ley de Memoria Histórica, concebida desde unos criterios partidistas y sesgados.

La memoria histórica del pueblo español debería incluir tres rasgos fundamentales:

1. Una visión de los hechos y de los personajes enmarcada en la época en la que ocurrieron y vivieron, con sus peculiaridades propias, sin influencia de ideas o formas de sentir actuales.

2. Una exposición lo más completa posible, sin lagunas o saltos en el tiempo.

3. La aceptación de las luces y las sombras que todo devenir histórico presenta, sintiendo el legítimo orgullo de los logros, sin dejarse influir por “leyendas negras” elaboradas por la enemistad o la envidia de otros pueblos, y sabiendo a la vez reconocer los errores y los fallos, para no volver a incurrir en ellos en el presente.

No comparto la cita, atribuida erróneamente al filósofo Santayana (1863-1952), que dice así: “Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. Ya he dicho que la influencia de la historia en un pueblo existe, aunque los integrantes de ese pueblo desconozcan su historia. Y la historia, mal que les pese a Hegel y a Marx, nunca se repite, ni como tragedia ni como farsa.

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