11 de octubre de 2025

A mi hermano Carlos in memoriam

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

¡Cuánto hemos vivido juntos, Carlos, hermano mío queridísimo, y en el momento de tu muerte, acaecida el pasado lunes 6 de octubre, ni siquiera sé si te ha llegado mi adiós!

Me dice Jacobo, tu hijo menor, a quien no reconozco en la foto que tiene colgada en su número de móvil, que él cree que sí, que has recibido mi despedida en un momento de lucidez dentro del coma en que ya te hallabas.

Y digo que no reconozco a Jacobo en esa foto, porque aparece calvo y con barba, y yo le dejé con pelo y sin barba, en el apartamento que compartisteis en la calle Maldonado de Madrid.

Jacobo, hoy casado y con tres hijos, vive en Huelva y es el –felizmente– responsable de que tú te trasladaras a esa ciudad, donde podría atenderte con el cariño que te ha dedicado estos últimos años.

Tú vivías solo en un piso de la calle Príncipe de Vergara, que yo nunca llegué a ver. Para entonces ya estábamos más distanciados y únicamente nos comunicábamos por teléfono o por wasap. Nuestras vidas habían tomado rumbos diferentes. ¡Qué tristeza!

Tampoco fui a verte a Huelva, ni conocí, por tanto, la casa en la que te alojaste, que no era la de Jacobo. Muchas veces pensamos mi mujer Angelina y yo ir a Huelva a verte. Las enfermedades que ambos padecemos y las consiguientes citas médicas lo han hecho, si no imposible, muy dificultoso.

La última vez que nos vimos fue en la presentación de un libro de Angelina en la Casa de Cantabria en Madrid: tú estabas sentado junto a tu médico y amigo Carlos Doñamayor.

Angelina, siempre que hablábamos de ti, elogiaba tu sentido del humor. Sí que es verdad que lo tenías en grado muy característico.

De chicos, nos pasábamos horas oyendo a los payasos del Teatro Circo Cirujeda, en el exterior, claro, Y luego recitábamos, por ejemplo ante los abuelos paternos, alguna de aquellas coplillas que nos sabíamos de memoria: “Para el nene y la nena, hay pelotitas de goma”. Y yo decía que me lo sabía mejor, pero que tú, Carlos, tenías más gracia.

Necesitaría todo un libro para contar nuestras vivencias juntos. Quizá lo escriba algún día. En este blog solo quiero recordar lo bien que escribías. Desde una sencilla tarjeta postal a un libro como Memoria de tu muerte, en el que evocas los últimos momentos de la vida de nuestro padre y que yo no puedo leer sin que se me salten las lágrimas. Comienza así:

“Al fin, vamos a estar solos tú y yo, padre, en esta noche que puede ser definitiva, porque tal vez sea la última.

Te estás muriendo, Paco, y yo quiero pasar contigo las horas revueltas de la noche, las más inciertas, cuando subimos los remontes desvelados, las horas en que se rompe la razón y las ideas sufren un desarreglo de fiebre y no pueden con el temor y los círculos de la obsesión”.

Para no acabar esta “memoria de tu muerte”, Carlos, en tono tan triste, quiero evocar la broma que nos traíamos a cuento de tus escritos sobre Juan Ramón Jiménez. Yo te animaba a publicarlos. “¡Va a ser un bombazo!”, apostillabas. Le diré a Jacobo que rescate esos papeles y, quizá, Carlos, hermano mío queridísimo, tengas la satisfacción de verlos convertidos en libro y publicados, allá donde estés, en los “paraísos después de la muerte”.

No quiero convertirme en escritor de necrológicas: de hermanos como Alicia, la mayor, la monja de Cartas a una novicia; de Javier, el siguiente, dos años mayor que yo, abogado y un lince para los negocios; y de Nacho, a quien dirigí una carta abierta con ocasión de su muerte martirial en El Salvador.

Cristina, la menor, me llama por teléfono para comunicarme tu inminente muerte, Carlos, Carlitos...

Y ahora te dedico, hermano amado, este desorientado blog para no dejarte solo en tu postrer viaje.

 

 

 

 

 

 

 

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